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Lecturas de ayer y de hoy

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

El discurso antiperonista, es decir su articulación ideológica, cuenta ya (y en verdad, contó muy prontamente) con un considerable cuerpo de textos al que acaso quepa definir como un canon: un núcleo de referencia estabilizado y fundante. Están por caso el ¿Qué es esto? de Ezequiel Martínez Estrada, Ayer fue San Perón de Raúl Damonte Taborda, “L’llusion comique” y “El simulacro” de Jorge Luis Borges, entre otros. La lectura de tales textos revela hasta qué punto esa tan fuerte pasión política argentina, la del antiperonismo, encontró muy prontamente sus tópicos más reconocibles. Y de ahí en más, hasta el presente, casi no hizo sino retomarlos y reiterarlos, repetirse e insistir. Es interesante, según creo, ese aspecto marcado y nodal, porque si algo hizo y hace el peronismo a lo largo de la historia es mutar y transformarse, oscilar, contradecirse, pendular, ser esto y ser lo opuesto, según los casos o los momentos. En tanto que el peronismo se muestra por lo demás tan variable, el antiperonismo, que es una de sus emanaciones, y que depende enteramente de él, cristalizó en cambio determinadas formulaciones y se atiene estrictamente a ellas.

En las versiones más fanatizadas del peronismo y el antiperonismo, el no-peronismo se siente como una alternativa por definición imposible. Para un fan del peronismo, un no-peronista será siempre un antiperonista en ciernes o consumado; para un fan del antiperonismo, será siempre un peronista solapado o potencial. Tan fuerte y absoluta es esa pasión que los enfrenta y, al enfrentarlos, al mismo tiempo los une: les parece completamente imposible que alguien pueda estar fuera de ella (no en el medio o en lo intermedio, sino lisa y llanamente fuera), tratando de pensar las cosas con otros términos, bajo otro paradigma. Por eso es tan interesante lo que se elabora entre los intelectuales de la revista Contorno, en lo que va de los hermanos Viñas a Oscar Masotta, o de Tulio Halperin Donghi a Carlos Correas, o de Juan José Sebreli a Juan José Sebreli.

En el corpus de clásicos de la literatura antiperonista, consta un breve texto de Ernesto Sabato: El otro rostro del peronismo, de 1956. Asienta en sus páginas los tópicos infaltables de denuncia y de rechazo, pero agrega otro factor más desusado, inhabitual: los matices. Agrega ciertos matices, en efecto, y además ciertos autocuestionamientos a conciencia. Diferirá en esto con Borges, para quien no había por qué matizar, ni preguntarse ni revisar nada, sino asumir una tesitura siempre compacta e incólume (un áspero ida y vuelta entre ambos escritores animó por entonces las páginas de la revista Ficción). Es más frecuente que dos peronistas discutan sobre peronismo, para dirimir qué es o no es o cómo se supone que tiene que ser; es más raro que dos antiperonistas hagan lo propio con el antiperonismo, y sin embargo, ocurrió.

Entre los elementos que revisa Ernesto Sabato en El otro rostro del peronismo, está el empleo de la noción de libertad. Porque esa dictadura militar que había tomado el poder por la fuerza en 1955, y por la fuerza lo mantuvo, desplegando desde ahí muertes, persecución y prohibiciones, se llamó a sí misma Libertadora; y por raro que parezca, hay quienes así la llaman todavía hoy. Sabato decide problematizar tal invocación de la libertad. ¿Cómo podría el pueblo creer en ella, si la esgrimen sus verdugos, si la enarbolan sus explotadores, o los voceros o los cómplices de esos verdugos y explotadores? Dice Sabato: “Porque es por lo menos sospechoso que la palabra libertad sea invocada por los grandes empresarios y los capitanes de las finanzas”. Y dice también: “Y les asiste todo el derecho al descreimiento, si esa sagrada palabra no aparece respaldada por el concepto de justicia social”.

Son distintos, por fortuna, los tiempos que actualmente nos tocan. Pero aquellas advertencias de Sabato encuentran empero una singular vigencia hoy. Porque también ahora, aunque en otras condiciones, se verifica una apelación falaz, tramposa y vacía a la noción de libertad; un uso arteramente superficial, si es que no premeditadamente engañoso. Palabra declamada por quienes, llamativamente, no dejan de combinarla con una afinidad explícita con el aparato represivo del Estado, con el gusto indisimulado por una violencia no precisamente emancipatoria.