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Lecturas de la mesa de al lado

Tengo claro, también, que muy fácilmente una biblioteca puede convertirse en un ancla de plomo.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Las cosas ocurrieron así: por razones que no vienen al caso, accedo a mi biblioteca solo dos o tres veces por semana y, a la brevedad, y por un tiempo indeterminado, será mucho menos que eso. A la vez, una parte importante de mi biblioteca se encuentra totalmente desordenada, situación que, si bien no me agrada, tampoco me molesta. No soy una persona especialmente desordenada, pero entiendo las razones de aquel desorden que, nuevamente, tampoco viene al caso explicar aquí. Tengo claro, también, que muy fácilmente una biblioteca puede convertirse en un ancla de plomo (¿y de qué otra cosa son las anclas si no de plomo? Ni idea, mis conocimientos náuticos no pasan de la palangana con la que salgo a refrescar mis pies a la puerta de mi casa) o incluso en un cementerio, un cementerio de libros y de lecturas que ya no sirven para nada (lo bueno de escribir una columna en un diario es que sí sirve para algo: con el papel se puede envolver huevos, hacer un fueguito para una rica provoleta, o incluso tapar el chiflete que entra por la ventana estas noches raras en las que refresca un poco: acá debería hablar de mi outfit para dormir, pero tampoco viene al caso ahora).

 Lo cierto es que hoy pensaba versar sobre Balance(o) de la bossa nova y otras bossas, de Augusto de Campos (Vestales, Buenos Aires, 2006, traducción de Ezequiel Bajder), porque recordaba frases de memoria, como el epígrafe, de Joao Gilberto, creo que del 68: “¿Qué decirle a Caetano? Dígale que voy a estar mirando en dirección a él”. Como también recuerdo un artículo (el libro es básicamente una compilación de artículos), precisamente una entrevista a Joao Gilberto en Nueva Jersey, en el que De Campos le hace la pregunta y recibe la respuesta del epígrafe, donde también se lee “cantante, cantante de verdad es Gracinha”, que es la forma en que Joao Gilberto llamaba a Gal Costa. Pero ocurrió lo obvio: no encontré libro. En su lugar –es decir, en el lugar en que creía que debía estar– hallé Estrela da vida inteira. Poesias reunidas, de Manuel Bandeira (José Olympio Editora, Río de Janeiro, quinta edición, 1974, que veo, por el sello que tiene, compré en una librería de viejos de San Pablo llamada Cristá Evangélica, en la Rua 12 Outubro, 53, Lojas 21 y 23, Lapa. ¿Existirá todavía? No lo creo). En todo caso, puedo decir que el libro de Bandeira me trae infinitos recuerdos hermosos, como todos los de mis viajes a Brasil, en un in crescendo en que el último me marcó para siempre. Abrir el libro e ir a mi poema favorito, llamado Não sei dançar, fue todo uno: “Uns toman éter, outros cocaína./Eu já tomei tristeza, hoje tomo alegría”. Ahora que pienso, casi mejor que encontré el de Bandeira, libro que no puedo dejar de asociar con un restorancito italiano en la Rua Dezenove de Fevereiro, en Botafogo, Río de Janeiro, ciudad en la que Bandeira vivió casi toda la vida, hasta su muerte. Pero apurado, tuve que suspender de golpe la lectura porque tenía que asistir a la presentación de un libro, que resultó algo rocambolesca. Cuando di mi interpretación de lo allí sucedido, la respuesta que recibí fue: “Es un poco reduccionista tu teoría”. En fin. ¿Qué agregar? Terminé la noche solo, en Imperio, en Chacarita. En la mesa de al lado había uno que leía el seminario de Lacan sobre La carta robada. Buenos Aires también es eso.