Lecturas y locura
Desde hace muchos años sigo el consejo de mi admirado Aldous Huxley, no sé si lo ubica, un inglés cuyas novelas no son de lo más destacable del género, pero cuyos ensayos sí que lo son.
Desde hace muchos años sigo el consejo de mi admirado Aldous Huxley, no sé si lo ubica, un inglés cuyas novelas no son de lo más destacable del género, pero cuyos ensayos sí que lo son. Pues bien, don Aldous sostenía, sostiene, porque esas voces no suelen callar, que si alguien quiere escribir o si ese alguien u otro alguien ya se decidió y escribe, lo que es imprescindible es que lea, por supuesto, pero que además lea de todo. De todo quiere decir precisamente eso, de todo. Textos literarios, desde ya, pero también tratados filosóficos, poemarios, teatro, biografías y autobiografías, ciencia, y si lo de ciencia le resulta difícil y hasta incomprensible porque no es fácil, ah no, meterse en la ciencia sin preparación previa, pues que lea divulgación, que hay buenos divulgadores, serios y a la vez transparentes y entretenidos, así que no se me amilane y acometa nomás la neurociencia y la física y las realidades cuánticas y todo o que se le ocurra, que eso es saludable. Lo dijo Huxley y yo lo repito a menudo y siempre lo practico. Y todo esto viene a que me metí en un mamotreto del cual es autor un tal Mervin Slochter, cosa que suena a rara combinación entre nombre yanqui, aunque los yanquis usan Marvin con a, pero también son capaces de darle a la e, y apellido alemán porque las diéresis y las ches y las tes todas juntas dan como un aire a la patria de Goethe. Y este señor sin duda tenía un cerebro privilegiado, porque no sólo tenía un doctorado en Física de no sé qué estructuras cuánticas, sino que además tenía, y esto es lo que me interesa, una imaginación fecunda y desbocada. El libro se titula Distribuciones impensadas y es una maravilla, un disparate total, y ha sido publicado en montones de idiomas a lo largo del mundo académico. Yo no tengo afinidad con el mundo académico, no tengo ninguna, pero sí la tengo con eso de impensadas. Y no me desilusionó. Sucede que don Mervin cree que el universo ha sido creado y se mantiene gracias a que todo en él tiene alma. Sí, dije alma. Todo, según él. No sólo las personas, usted, yo, la gorda de la otra cuadra, sino todo. Los objetos, las luces, los sonidos, las sombras. Todo. Los objetos, por ejemplo, tienen allá escondida en los repliegues de las cosas un alma a su medida y necesidad. Y es tanto, pero tanto lo que tengo para decirle y no tengo tiempo ni espacio, que se lo prometo para el próximo sábado. Vale la pena, le aseguro. Espéreme.