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tradicion feudal

Leidi Betty

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Una leidi de alta gama, Betty “rosquete” de Alperovich, senadora y dama de compañía de la reina Cristina, se mantuvo a la altura del linaje de su clase frente a un desaliñado provocador mandado por “ellos”, los críticos del “modelo” de distribución para “nosotros”. Vaya uno a saber si Cristian Bulacio era el nombre real de ese sórdido personaje, supuesto cosechero del pueblo de Los Molinos que dice despertarse a las cinco y media de la mañana para ir a trabajar. Ninguna persona decente se levanta a esa hora.

Todo en él resultaba muy sospechoso. Qué pensar de un hombre con sobrepeso, tan poco previsor y tan dejado que no se muda con la debida anticipación al piso alto de un edificio moderno con “amenities” –gimnasio, sauna, pileta climatizada– y sólo atina a proteger eso que llama casa con bolsas de arena para salvar de la inundación lo poco que tiene. Casi nada, porque no ha sabido hacer y lograr nada en la vida. Nada más que quejarse.

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 Fue ejemplar la actitud de la leidi. Desbocada como es, contuvo su deseo de decirle “vago de mierda” y no de “miércoles”, como en verdad le dijo a quien apenas si sirve para votar. Tal vez correspondía “mierda”, una expresión vulgar, soez y grosera legitimada por Mirtha Legrand, pero eso no va de acuerdo con la moral y la educación de la Betty. Millonaria, militante de toda la vida por una justicia social que asegure pobres suficientes para que nada cambie, le asestó a ese “pedazo de animal”, como lo llamó, un regaño a la altura de sus inhumanas frases célebres.

Leidi Betty trepa a los cargos, a los camellos, pisa alfombras de hoteles a cinco mil dólares la noche, pero también toca el barro con la punta de sus zapatos de marca cuando hace falta. Pone la cara sin temor a que le vean las arrugas, ni a que se le detecte ese rictus de estreñida, o de ausencia prolongada de sexo, que da impresión de seca y desagradable. Valiente, entre guardaespaldas y policías, ahí estaba ella frente a esa bestia desamparada que sabe ahora a qué atenerse. Hay invierno, hay inundaciones, hay corrupción, hay desnutrición, pero no hay mansiones para todos. Y si no se conforma con lo que tiene, que se calle. “Le dejamos el silencio”, como dijo la reina, o “que se lo lleve el río”, como le dijo la leidi.
Es comprensible la fatiga de la doña. No alcanzan las vacaciones de lujo que se toman con  el gobernador Alperovich, ex servicio del general Bussi. Pero esa confesión última que le escucharon cuando ya se retiraba del lugar –“no veo la hora de que termine el mandato y que se las arregle el que viene”– no se corresponde con una historia de lucha. Tanto que le costó llegar a que se reconozca al fin su generosidad y su don de gente, esa capacidad tan suya para comprender a los familiares de las víctimas de la inseguridad, de las chicas asesinadas, como Paulina Lebbos –crimen del que acusan a su hijo–, y el trato amable que ha tenido siempre con los sirvientes y empleados, aun con los que menos ganan. Tanto ruego en el templo, tanto lamento, tanta mentira, tanta traición, ¿ y se va a ir así como así, sin dejar nada?

Tiene que superar la decepción frente a la ingratitud. Hay que responder a quienes los acusan de “ladrones” con un proyecto de ley que incorpore las nuevas tecnologías al sistema. El voto calificado, por estudios y recursos, que se pueda comprar por internet evitaría el contacto personal y tener que negociar con las organizaciones de miserables. Ese “voto cliente” pagado a precios cuidados en cómodos planes de asistencia o cuotas de zapatillas, primero una y después la otra, más la reelección indefinida, aseguraría el futuro de las familias controlantes, todas amigas.

Hay una tradición feudal que mantener. Los Juárez, los Saadi, los Menem. Piense en sus hijos, sus nietos, en los parientes, en el futuro de los Kirchner, los Zamora, los Romero, los Insfran, los Puerta, los Fernández, los Recalde, los Saá. Hay tantos de nosotros, leidi, que no vale la pena amargarse por unos millones de ellos.

*Periodista.