Libia, febrero de 2015, una playa sobre el Mediterráneo. Primero se ve la ribera, luego aparecen dos hileras de hombres. Unos van vestidos de negro, llevan armas y sujetan a otros, de mamelucos anaranjados parecidos a los que se usan en Guantánamo. Las dos filas se detienen; los hombres de negro hacen arrodillarse a los de anaranjado, formulan ásperas invocaciones a Alá, prometen castigo a los “cruzados de Roma”. Sin más, obligan a los arrodillados a acostarse boca abajo y proceden a cortarles la carótida, la médula espinal y los músculos del cuello, consumando 21 decapitaciones. El video muestra la mancha oscura que la sangre va formando al mezclarse con el incesante mar.
Quien filmó la escena pareciera pertenecer, como los verdugos, a la categoría de los teriántropos, criaturas que según la mitología tenían la habilidad de poder cambiar de hombre a bestia y viceversa. Aunque en este caso no hay viceversa.
Los trabajadores egipcios coptos que fueron a Libia a conseguir un trabajo murieron por cristianos y por egipcios.
Por cristianos, porque Ejército Islámico, desde ahora manifiestamente presente en otro foco de operaciones –diferente de Siria, Irak, Yemen y el desierto de Sinaí–, ha declarado estar acercándose a Italia, a la que define como “país de los cruzados”; desea vengar la expulsión del Hermano Musulmán Mohammed Morsi del poder y considera al signo cristiano como la más clara definición de Satán.
Por egipcios, porque el ex mariscal Sissi y actual mandatario egipcio (o Rais como se denomina en ese país a la autoridad máxima) es quien derrocó a Morsi, apoyado por laicos, liberales y cristianos, y desenfundó su acercamiento con Washington y Francia e Italia. Lo que no deja de tener algún sustento en los datos crudos, vistos la calidad de la recepción que le ofreció el presidente Hollande en París el 16 de este mes y la compra de 24 aviones de última generación que sellaron, seguramente con el guiño cómplice de Israel y la aprobación a regañadientes de EE.UU. (que hubiese preferido fuesen cazas interceptores yanquis). Y el consentimiento tácito al uso de la aviación egipcia para bombardear posiciones de EI en la zona de Dera, en Libia.
A propósito del presidente de Francia, el mandatario está ofreciendo últimamente un notable espectáculo de transformismo que supera al efectuado por su predecesor socialista, François Mitterrand, quien asumió en 1981 y se tomó un par de años antes de matar a su izquierda junto con su discurso y a Pierre Maurois en la volteada, y luego calcar a De Gaulle (sin el signo de la cruz). Junto con Frau Merkel, Hollande dirige muchos temas neurálgicos de Europa; en los hechos y en el imaginario. Tanto en la guerra civil ucraniana como –en un tono menor, el francés– en el desfiladero griego, la dupla parece dominar el horizonte de la Unión, siendo el miembro francés el que se desdice de su programa y plataforma domésticas, como lo ha probado esta semana con la aprobación de una ley de “flexibilización” laboral y privatizaciones, utilizando un mecanismo pensado por De Gaulle para saltear un paso parlamentario, y que levantó clamores entre las filas de sus parlamentarios del PS. Todo de pronóstico reservado, aunque como argentinos, habiendo probado la pócima, tenemos la autoridad de una edición príncipe para pedir que aparten de nosotros ese cáliz, como escribió César Vallejo (y antes un pasaje de los Evangelios). Una y otra vez retorna el lema latino “Salus Populi Suprema Lex Est” (que el bienestar del pueblo sea la ley suprema). A fin de cuentas, apenas un tema semántico.
Pero volviendo a Libia, los acontecimientos no pueden ser más graves. La división en fracciones ha generado tres centros de poder en disputa: por un lado, EI, que domina el puerto y la ciudad de Sirte, sobre el Mediterráneo, en una posición central de la franja litoral libia y a unas 300 millas náuticas de la costa de Sicilia; por otro, al oeste y cerca de la frontera con Túnez, el gobierno de los islamistas moderados y non troppo de la agrupación llamada Amanecer Libio que rige en Trípoli y Benghazi; y finalmente el grupo Operación Dignidad, instalado en Tobruk, muy cerca de la frontera con Egipto. Este último grupo es reconocido por Occidente y por El Cairo, y se compone de ex militares pro Gadafi y miembros de las tribus montañesas de Zintan.
La última embajada en evacuar Libia ha sido la de Italia, ex potencia colonial a la que se dirigen tanto las invectivas de Ejército Islámico cuanto la desesperación de los balseros. Justamente, una de la angustiantes preocupaciones de Roma radica en la dificultad de discernir, entre los semináufragos que llegan a Sicilia, quiénes son desesperados y quiénes, extremistas de EI.
El gobierno italiano (cuyo canciller fue denominado por EI “el funcionario de los cruzados italianos”) ha dicho por boca de su ministro del Interior, Alfano, que el momento “es crucial para el futuro de Occidente”, al tiempo que el “ministro” de Exteriores del Vaticano, Parolín, pedía la acción y la reacción de la comunidad internacional vía las Naciones Unidas.
Mientras, el día 17, la milicia yihadista (EI o ISIS) quemó vivos a 45 seres humanos en Al Baghdadi (oeste de Irak), cerca de una base en la que 300 marines entrenan a fuerzas del gobierno de Bagdad.
Mientras también, y a un mes de las elecciones en su país, el premier israelí proclama a todos los vientos un llamado a los judíos para ir a vivir a Israel, donde estarán abrigados y seguros, mientras sigue tratando de impedir por todos los medios (incluyendo los institucionales norteamericanos) que el presidente Obama y su par de Irán lleguen a un acuerdo nuclear, aun cuando EI tiene en la mira a cuanto chiita se le cruce por la mira de su Kaláshnikov o el filo de su cimitarra.
El atentado en Copenhague, secuela de la masacre de Charlie Hebdo, ha diseminado por Europa una nube de miedo, al que los gobiernos no parecen dar otras respuestas que no sean militares, policiales y judiciales. El desarrollo amplio y urgente de medidas de contención sociocultural de las minorías, junto con una vigorosa política de seguridad, pueden dar respuestas en el mediano plazo. Pero ignorar las últimas y concentrarse solamente en las primeras contribuirá al crecimiento de la intolerancia y el odio, hijos lunáticos del miedo.