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Libros, punk, años

Mis bases de operaciones eran Coney Island, por las mañanas, y el East Village, después del atardecer. Del punk solo quedaban restos.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Si yo fuera joven armaría una banda de punk rock y le pondría de nombre “Distancia social”, “Contacto estrecho” o “Tercera dosis” (en cambio, si fuese una banda de electro pop ochentoso-noventero, le pondría “Los antígenos”). Pero nada de eso me ha sido dado, ganado como estoy por los años, una irredenta hernia de disco y otras calamidades que no vienen al caso relatar aquí. Al menos con la guita del aguinaldo de PERFIL me fui unos días a esquiar a Aspen, cuestión de relajarme un poco. Y en al avión de vuelta, a modo de consuelo, leí de un tirón Do You Have a Band? Poetry and Punk Rock in New York City, de Daniel Kane (Columbia University Press, Nueva York, 2017). Lo primero que hay que agradecerle a Kane es que en un libro sobre rock y poesía no haya una sola cita a Derrida, Benjamin, Deleuze u otros por el estilo. Una extraña confusión de nuestra época reside en que triviales críticos de rock pasen por grandes pensadores, cuyas más profundas reflexiones consisten en decir que el capitalismo es malo y que vivimos en una sociedad de control (¡Vaya novedad!). La de Kane es una impecable crónica de la escena del East Village de fines de los ’70 y principios de los ’80, escena en la que se desarrolló el punk neoyorkino. Estuve allí por primera vez en 1984, durante unos 6 meses, a esa edad en que ya no se es totalmente adolescente ni tampoco completamente adulto. Mis bases de operaciones eran Coney Island, por las mañanas, y el East Village, después del atardecer. Del punk solo quedaban restos, y se hablaba entonces de “After Punk” (curioso cómo cambian los términos: luego comenzó a decirse “Post-Punk” y ya no se volvió a usar “After”). No hacía otra cosa que deambular por allí, sin más (ni menos). Conocí pues el apogeo de St. Mark›s Bookshop, que había abierto unos años antes, donde compré libros sin saber ni quiénes eran los autores ni de qué hablaban. En los ’90 ya se había convertido en una insoportable librería que vendía básicamente libros de Cultural Studies, para cerrar hace poco, arrasada por Amazon. Do Yo Have… tiene un bello capítulo sobre St. Mark’s Place que describe bien esa zona y esos años. Pero el mejor capítulo se llama “Eileen Myles and the International Fuck Frank O’Hara Movement”, que cuenta la historia del movimiento en torno a la revista Koff, una intervención directa contra lo que se conoce como Escuela de Nueva York, con poetas como O’Hara, que era vista, obviamente, como demasiado intelectual y poco vitalista (¿qué otra cosa es el mejor rock, sino antiintelectual y vitalista?). No obstante, un accidente en St. Mark’s Church genera la necesidad de recaudar fondos ante el temor de que la iglesia sea demolida, y entonces se realiza un festival de poesía al que, por supuesto, no acude O’Hara, pero sí Ashbery, el otro gran poeta de ese grupo. Ashbery lee allí “Litany”, poema a base de dos monólogos simultáneos, en el que escribe: “Por toda la ciudad/su escenario, cualquier cosa/podría estar pasando”. Y efectivamente todavía pasaban en la Nueva York en esos años, antes de que se convirtiera en un inmenso shopping a cielo abierto. Por cierto, en La conciencia del ojo, Richard Sennett analiza las implicancias urbanas de ese y otros poemas de Ashbery, y la relación entre poesía y urbanismo neoyorkino, de manera notable. Quedan siempre los libros, intelectuales y vitales.