Volvemos sobre Victor Klemperer, ahora sobre el primer párrafo de LTI. La lengua del Tercer Reich: “El lenguaje del Tercer Reich incrementó el uso del prefijo de privación ent (des, de). Había que oscurecer las ventanas ante el peligro de los bombardeos aéreos; así pues, luego se requería un trabajo diario de ‘desoscurecimiento’. En caso de incendio, los trastos y escombros no debían obstaculizar el paso a quienes acudían a apagar el fuego; así pues se procedía al ‘desescombro’. Para definir de una manera más amplia la tarea necesaria del presente, se ha acuñado una palabra formada por analogía: Alemania casi sucumbió del todo por causa del nazismo; el esfuerzo por curarla de esta enfermedad mortal se llama hoy día ‘desnazificación’”.
Como es sabido, Klemperer llevó un diario en tiempo real durante el nazismo –del que surge LTI, redactado en 1946– en el que, con inmensa agudeza, toma nota de los cambios en el idioma alemán durante ese régimen. Toma nota, entonces, de la fascistización de la lengua, y de cómo el sentido común y el habla cotidiana reproducen esa fascistización. Pero ese párrafo va más allá del nacional-socialismo. Al contrario, ese comienzo invita a pensar más lejos que el nazismo: invita a pensar en las líneas de continuidad entre fascismo y ese régimen que, por pereza intelectual, llamamos democracia. No es casual la decisión de Klemperer de comenzar así su libro.
Se esconde –o mejor dicho, se muestra– allí una enseñanza que bien podríamos traducir a nuestra lengua, a nuestro presente o, también, a nuestra historia. Casi como si pudiéramos reparar en una genealogía intelectual argentina que parte de los artículos políticos de Fogwill de mediados de los años 80 (como “La herencia cultural del Proceso”) y de los libros de Carlos Brocato también de esos años, y que se despliega y desemboca, entre otros, en Los Espantos: Estética y Postdictadura, y en Materialismo oscuro, ambos de Silvia Schwarzböck, para quien la línea de continuidad entre dictadura y posdictadura se funda en la aceptación colectiva de vivir “una vida de derecha”.
Sin embargo, hoy, aquí, entre nosotros, ese régimen fracasado e insuficiente (fracasado e insuficiente desde su nacimiento, en esa caracterización reside la lucidez de Fogwill y Brocato) llamada por pereza intelectual, vale la pena repetirlo, democracia, parece ser demasiado justiciera para una gran parte de la dirigencia política, los medios de comunicación, el sistema judicial y, sobre todo, para el gran capital. Si escuchamos el discurso del fascismo en su versión neoliberal, en especial el de los delegados ante la opinión pública de esos poderes (Macri, Bullrich, Milei, y un Rodríguez Larreta que, ni bien dos Focus Groups le dieron mal, adoptó también ese tono) esta democracia boba es un o-bstáculo. Los pocos derechos laborales, previsionales, sociales, humanos que aún se mantienen en pie, deben ser abolidos. Más aún: la propia noción de “derechos” es la palabra prohibida de ese discurso. Es su enemiga. Así, una democracia que casi no garantiza derechos, para ellos es excesivamente garantista. Los rasgos de esta democracia idiota es sin embargo un obstáculo para ellos. Por lo tanto, se hace necesario (pero solo como una movida táctica, como un impasse) defender el sistema actual. De lo contrario, la crueldad que nos espera se vuelve inimaginable.