Mucho se habla respecto de cómo la automatización, las plataformas digitales y otras innovaciones tecnológicas están cambiando la naturaleza fundamental del trabajo. Por citar uno de los múltiples estudios que han investigado este fenómeno, según un Executive Briefing del McKinsey Global Institute publicado en mayo del año pasado estos cambios en el mercado del trabajo perjudicaron a los trabajadores con habilidades medias y bajas pero crearon nuevas oportunidades para aquellas personas con educación universitaria y habilidades informáticas. El estudio además estima que aproximadamente el 60% de todas las ocupaciones tienen al menos un 30% de actividades que son técnicamente automatizables. Esto significa que la mayoría de las ocupaciones cambiarán y que más personas tendrán que trabajar con tecnología.
En este aspecto los sistemas educativos del mundo deben responder al nuevo contexto y preparar a las nuevas generaciones para los trabajos de hoy y del futuro. Esto es un gran desafío para Argentina, porque no se trata solo de promover la formación en carreras técnicas como la ingeniería informática o la ciencia de datos, áreas en las que a nivel planetario la demanda de trabajadores calificados supera ampliamente la oferta de mercado. El tema es más profundo: manejar herramientas básicas de informática es un requisito esencial para cualquier persona educada en la nueva economía. Por este motivo las universidades del mundo están incluyendo más cursos básicos de introducción a la computación en todas las carreras.
De acuerdo con esto, según un reporte del New York Times publicado en abril del 2017, al menos la mitad de la población estudiantil universitaria en Estados Unidos (de todas las disciplinas) toma cursos de programación.
Estas clases introductorias de informática trabajan el lenguaje de código como una ventana al “pensamiento computacional” que involucra el razonamiento abstracto, el modelado y la descomposición de problemas en los pasos individuales de un algoritmo. Ese tipo de pensamiento se ha convertido en un componente esencial de una educación integral para el mundo del trabajo del siglo XXI.
¿Cómo podemos esperar que las nuevas generaciones se inserten laboralmente en un mundo atravesado por la informática sin saber mínimamente de qué se trata la disciplina, qué es el lenguaje de código, y qué clase de problemas son factibles de resolverse o automatizarse con algunas líneas de programación?
Mientras en Stanford el 90% de los alumnos de primer año de todas las carreras están aprendiendo esto, en la UBA es una verdad revelada sólo para la minúscula fracción de estudiantes que estudia computación o ingeniería informática. Tenemos un sistema de educación superior que promueve la ultraespecialización –cuando el mundo va hacia la interdisciplina–, planes de estudio rígidos y procesos de renovación curricular burocráticos.
Las universidades privadas argentinas hacen lo que pueden dentro del rígido marco regulatorio vigente. Los planes de estudio contemplan materias optativas que pueden utilizarse para aprender de tecnología o desarrollar herramientas avanzadas de programación (por ejemplo en el marco del big data, la inteligencia artificial, las redes y sistemas).
Estos esfuerzos ayudan pero claramente no alcanzan. Mientras tanto, la brecha que no resuelve la educación formal la emparchan las plataformas de educación online y las escuelitas de programación, en pocos casos con calidad.
El mercado del trabajo avanza, el código de programación se consolida como la “lingua franca” de los negocios modernos. La educación superior argentina, mientras tanto, duerme la siesta.
*Directora del Departamento de Dirección de Empresas de la Universidad del CEMA.