COLUMNISTAS
recalculando el rumbo

Lo barato sale caro

Desde la industria frigorífica hasta los precios de los servicios públicos, las políticas demagógicas que evitan herir la sensibilidad política tienden a fracasar.

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Hace unos cuantos años, el eslogan de una marca de televisores era “Caro, pero el mejor”. Un refrán mucho más antiguo expresaba una idea similar: “Lo barato sale caro”.

Lo que está sucediendo en los últimos tiempos en la economía argentina quizá resulte un buen ejemplo de aquella idea.

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Veamos. La política de mantener “baratos” los precios de los servicios públicos nos está saliendo muy caro. Y en varias dimensiones. La primera ha sido el brutal ajuste por calidad de estos años, con deterioro del servicio, falta de actualización tecnológica, sospechas de corrupción y, desgraciadamente, en el caso del transporte ferroviario, con pérdidas de vidas humanas. La segunda dimensión se vincula con el hecho de que el sistema de subsidios indiscriminados financiados por el BCRA tiene costos inflacionarios y también en materia de distribución del ingreso, en donde los sectores de más bajos recursos le pagan parte del servicio al resto de la sociedad, en muchos casos, sin siquiera recibirlo ellos.

La tercera dimensión, no menor con vistas al futuro, es que este sistema de precios de los servicios públicos significó la ruptura de los contratos de concesiones y la dilación por más de una década de una renegociación integral de ellos, en el marco de una “emergencia económica” surgida en 2002, y renovada en el Congreso todos estos años. Esto implicó, en varios casos, una expropiación indirecta de empresas extranjeras que aún hoy se dirimen en juicios varios, algunos ya pagados por el Estado argentino. Significa que la “normalización” del esquema de provisión de servicios públicos no sólo deberá contemplar los verdaderos precios de brindar el servicio, en condiciones aceptables de calidad, sino también que habrá que encontrar una fórmula para atraer las inversiones necesarias para cerrar la brecha surgida en estos años.

Con semejante antecedente, no será fácil y será más caro. Porque cualquier proveedor del servicio, sea local o internacional, le cargará a su precio el costo de operar en un entorno con los antecedentes de la Argentina. Y si la decisión es que la inversión la haga el sector público, ¡eso es lo que ya está sucediendo! Ya lo vivimos, con malos resultados en el pasado.  Los montos que habrá que invertir son de tal magnitud que obligarían al Estado a endeudarse, de manera tal que el sobrecosto que, en teoría, nos estaríamos ahorrando “estatizando” las concesiones, lo pagaríamos de más en el endeudamiento.

Otro ejemplo evidente de la mala política de lo “barato” ha sido la tristemente célebre defensa de la mesa de los argentinos. Tener carne barata, trigo barato, naftas baratas nos ha durado un tiempo, el necesario, para que cayera la oferta de esos bienes, dado que nadie está dispuesto a producir a pérdida si puede evitarlo, al menos no por un tiempo prolongado. En consecuencia, todo lo que fue barato en la mesa ahora sale caro y, si no, ajustó por calidad.

En ese marco, no queda más remedio que reconocer los verdaderos precios y esperar una recomposición de la oferta que, seguramente, llevará más tiempo y será más costosa, dado que tendrá incorporado el intervencionismo del pasado reciente.

Por último, tenemos el ejemplo “en carne viva” de la expropiación de YPF. El Gobierno, apoyado por la mayoría de los políticos del arco opositor, resolvió quedarse con una parte del paquete accionario de Repsol, bajo el pretexto de la falta de inversión y vaciamiento que se estaba haciendo de la empresa petrolera argentina. Sin embargo, todo eso se hizo con directores y socios argentinos, y bajo un marco legal y contractual, no sólo aprobado por el Gobierno, sino además, apadrinado por éste.

Ahora, al momento de pagar por dichas acciones, ignoramos si estamos haciendo el “negocio del siglo” o el “regalo del siglo”. Lo que sí sabemos es que vamos a pagar en cuotas a una tasa de interés que, en el mejor de los casos, duplica la que se hubiera pagado en una negociación “civilizada” y, en el peor, la cuadriplica.

Y dado lo sucedido, la tasa de retorno de cualquier proyecto de asociación con YPF será mayor y terminará reduciendo la remuneración del trabajo argentino. La sabiduría popular pocas veces se equivoca: lo barato nos está saliendo muy caro.