COLUMNISTAS

Lo bien hecho y lo mal terminado

Me gusta mucho P.J. Harvey. Aunque en realidad Uh Huh Her, su anterior disco, no me había gustado: las canciones eran toscas, las guitarras sonaban previsibles y hasta su voz parecía cansada

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Me gusta mucho P.J. Harvey. Aunque en realidad Uh Huh Her, su anterior disco, no me había gustado: las canciones eran toscas, las guitarras sonaban previsibles y hasta su voz parecía cansada. Incluso su show en Buenos Aires de hace algunos años me decepcionó. Incluida en el marco de esos festivales que no tienen ningún sentido (salvo el de vender celulares y esas cosas) al aire libre, después de una tarde primaveral, cuando llegó su turno el frío caía violentamente y yo, como de costumbre desabrigado, sufrí toda su actuación. Recuerdo que había parejas que se abrazaban sólo para darse calor, seguramente porque el concierto tampoco lo daba, encaprichada la estrella en tocar una tras otra las flojas canciones de Uh Huh Her.
Pero cuando me enteré del lanzamiento de su nuevo disco (White Chalk) inmediatamente salí a conseguirlo. A todo gran artista hay que darle otra oportunidad (y si sale mal, otra y otra y otra). Antes de llegar a la disquería compré un número de la edición francesa de Les inrockuptibles, donde casualmente había una crítica de White Chalk (que se reproduce en el número de noviembre de la edición argentina de la revista, aunque todavía no tuve tiempo de leer la nota en español). El artículo estaba escrito por Christophe Conte, un crítico que suelo leer con atención, siendo que la crítica de rock muchas veces me resulta un género trivial, cuando no lisa y llanamente desagradable. En general los críticos de rock escriben muy mal (esa propensión a adjetivar, a no desconfiar de los lugares comunes –“en su último álbum el ex líder de Pulp está de regreso en muy buena forma”–, a vender como novedad lo más remanido), pero Conte es una rara excepción, o en todo caso, su talento reside en modificar la sinonimia de adjetivos habituales en el rock (intenso, genial, poderoso, irresistible) por otra todavía no tan utilizada (sutil, exquisito, aéreo).
En fin, volviendo al tema, lo cierto es que leí primero el artículo de Conte antes de escuchar el disco de Harvey. Y por la nota me enteré de que el disco casi no tenía guitarras eléctricas (el corazón del arte de P.J. Harvey) sino mucho piano, y también me enteré de unas declaraciones de la propia cantante (y ahora pianista): “Me imagino que para un verdadero pianista debe ser chocante verme tocar el piano: lo hago de una forma muy rara, casi que lo golpeo”. Y luego, escuché el disco. Es un gran álbum (por momentos intenso, genial, poderoso e irresistible), aunque creo que no me gustó demasiado (a esta altura eso poco importa: hay que sospechar definitivamente del gusto –en especial del propio–. Es más: si el arte sirve para algo, es para acabar con el gusto). Pero lo más interesante de todo, es el efecto de las declaraciones de Harvey después de escucharla tocar el piano. Quiero decir: “tocar el piano” es un eufemismo igual que su comentario sobre que lo hace “de una forma muy rara”. En White Chalk P.J. Harvey nos informa que no sabe tocar el piano, o que lo toca como lo haría un niño, con dos dedos (uno de la mano derecha, y otro de la izquierda), y que tampoco sabe componer para piano. Y quizás allí resida el encanto radical del disco.
Karl Kraus decía que el periodismo es la única profesión en la que quien lo ejerce se educa en público. Hay una evidente ironía en esa frase, una crítica a la, también muchas veces evidente, falta de formación intelectual de los escribas diarios. Pero eso que él consideraba negativo en el periodismo, es extraordinario para el arte. P.J. Harvey se inscribe en esa larga y secreta tradición que pone en cuestión el contraste entre lo que se debe y lo que no, entre que se espera y lo inesperado, entre lo bien hecho y lo mal terminado; es la artista que logra una obra que se expone frágil, sola, desamparada; que nos enseña no lo que sabe sino precisamente su opuesto, la incerteza, la vacilación, hasta dejarnos perturbados en un territorio desconocido, en un terrible mar de dudas.