El libro más grande de mi biblioteca es la Vida de Samuel Johnson de James Boswell. Tiene 1.989 páginas, algunas más que los Ensayos de Montaigne. Cada tanto leo algún ensayo de Montaigne (o cada tanto digo que leo a Montaigne) pero el ladrillo de Boswell es duro. Lo abro al azar: “El martes 21 de marzo llegué a Londres, y al visitar al doctor Johnson antes del almuerzo lo hallé en compañía de Peter Garrick, el hermano mayor de David, con quien le encontré un enorme parecido de semblante y voz, aunque me pareció de talante más plácido y reposado.” Hablando de parecidos, el estilo recuerda un poco al Borges de Bioy, aunque éste tiene sólo 1.663 páginas. Claro que, aunque uno sepa que Garrick fue un famoso actor, el parecido con su hermano es menos interesante que saber lo que Borges opinaba sobre Felisberto Hernández: que estaba sobrevalorado y escribía muy mal (en cambio, Borges juzgaba a Boswell de “admirable”).
Nombro a Felisberto porque así como el de Boswell es el libro más grande, uno suyo es el más chico. Fulano de tal tiene 48 páginas, pero sus dimensiones son minúsculas: 17 x 13 centímetros. De hecho, viene insertado en la contratapa de Los libros sin tapas, una edición de Cuenco de Plata de las primeras obras del autor. Fulano de tal es el primero de ellos, editado en 1929 con el dinero que Hernández ganaba dando conciertos de piano por el interior uruguayo. Es, efectivamente, un libro sin tapas que ahora se reproduce como facsímil. Cuando se publicó, Hernández tenía 27 años. Tres años más que Boswell cuando éste escribió los textos que componen un libro delicioso que acaba de editar la UDP, Una visita a Voltaire y Rousseau.
Efectivamente, Boswell visitó a los famosos filósofos en 1764 durante un viaje por Europa y llevó un diario de la experiencia. El manuscrito, como se explica en el muy buen prólogo de José Manuel de Prada-Samper, es parte de una colección muy grande de textos de Boswell que emergieron bien entrado el siglo XX (Boswell resulta así un escritor que continúa produciendo después de muerto, como Kafka, Pessoa o Walser) y permiten entender a un personaje fabuloso, uno de los más grandes trepadores literarios de todos los tiempos. Boswell se desnuda como un adulador, pero también como un ambicioso sin límites, pero su aproximación es tan cándida y tan frontal que los retratos de sus entrevistados adquieren vida. Claro que no trata del mismo modo al pobre y atormentado Rousseau que al rico y arrogante Voltaire.
A diferencia de los tímidos esbozos literarios de Felisberto en Fulano de tal, el joven Boswell sabe lo que quiere y tiene una alta opinión de sí mismo. Tal vez la parte más divertida del libro sea aquella en que le escribe una carta a Rousseau para que lo reciba “por sus propios méritos” en lugar de recurrir a conocidos comunes. A Boswell, esa carta de autopresentación le parece genial. Así se lo comunica a un amigo: “Mi misiva no puede ser abreviada ni parafraseada, porque es una auténtica obra maestra. La conservaré como prueba de que mi alma puede ser sublime.” En Por los tiempos de Clemente Colling, Felisberto escribió una frase perfecta para Boswell: “Cuando no sabe lo que es capaz, tampoco sabe si su sueño es vanidad u orgullo”. A esa altura, ya tenía 40 y empezaba a ser un gran escritor.