Desde hace tiempo se viene hablando y escribiendo mucho sobre el clima que se vive en las calles de todo Brasil. Imágenes de protestas callejeras, represión policial y de marchas de diferente magnitud y color, recorren pantallas y redacciones de todo el mundo.
La cuestión central, la pregunta que muchos se hacen, es qué va a pasar realmente a partir del 15 de junio, día del primer partido que marcará el debut de Brasil frente a Croacia, a las cinco de la tarde en el nuevo estadio construido en San Pablo para la ocasión.
El último jueves Brasil jugó en San Pablo (en otro estadio, el Morumbí) un amistoso frente a Serbia que sería el último test antes del debut. La gente común, el hincha y hasta el no hincha empezaban a entrar en clima, a ablandar un poco el corazón y a dejar de hablar por un momento del sobreprecio que se pagó por la construcción de la “Arena Corinthians” (unos 80 millones de dólares a más), para comenzar a ilusionarse con el “Hexa”, o sea, el sexto título mundial para su selección.
Pero el encantamiento se cortó abruptamente. Una huelga de trabajadores de subterráneos de San Pablo que comenzó el jueves y se estiró hasta el viernes mismo del partido, fue como un cachetazo que devolvió a la realidad a los paulistanos que tuvieron un día de infierno.
Suspendidas las habituales restricciones que impone el municipio para circular con autos por toda la ciudad de San Pablo, se estableció el nuevo récord 2014 de embotellamientos con 239 kilómetros de filas que llevaron a miles y miles de conductores a demorar más de cuatro horas en llegar hasta sus trabajos. Para complicar aún más las cosas, una lluvia persistente aportaba lo suyo para arruinar lo que debía ser la fiesta de despedida del equipo. Llegar hasta el Morumbí se convirtió en una tarea difícil y la gente empezó a cambiar entusiasmo por fastidio.
Para colmo el equipo comandado por Neymar no se mostraba en una de sus mejores tardes, y al final del primer tiempo, una incómoda silbatina despidió a los jugadores que apuraban el paso con cara de fastidio rumbo al vestuario. Después, en el segundo tiempo, Fred calmó un poco
los ánimos de los más de 65 mil hinchas que colmaron el estadio y el de de los millones que seguían el juego por televisión.
“Brasil vence en el último test, pero juega mal y enciende una señal de alerta para la Copa”, titulaba el mayor sitio web de noticias de Brasil. Sin embargo, todavía faltaba lo peor: volver a casa en medio de ese caos. Fue otro infierno. Ya de noche, sin subtes (apenas unos pocos funcionaban conducidos por personal jerárquico) y con la habitual superpoblación de autos abarrotando las calles, recorrer las enormes distancias que caracterizan a la ciudad de San Pablo fue una odisea que sepultó cualquier resto de entusiasmo que pudiera sobrevivir en los hinchas “verde-amarelhos”. Queda claro que se trató de apenas un test. Pero era el último, lo más parecido a la realidad que se vivirá a partir del próximo jueves.
Muchos coinciden en que una goleada de Brasil en el debut puede borrar malos momentos, hacer olvidar los sobreprecios y el enojo por el incumplimiento de las promesas mundialistas por parte del gobierno. Y hasta convertir las calles en una fiesta. ¿Pero si la goleada no llega?
Los ánimos están caldeados. Demasiada responsabilidad para, apenas, un grupo de jugadores de fútbol tratando de ganar una Copa del Mundo en casa.
*Corresponsal en Brasil.