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Lo que no estaba ahí

La literatura abusa de manera cada vez más notoria de la mezcla de ficción con datos históricos, como si la imaginación no fuera suficiente.

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El 6 de julio de 1961, Scott LaFaro estrelló el auto contra un árbol y murió instantáneamente. Tenía 26 años y era el bajista del trío de Bill Evans. Evans tenía 32 y su carrera estaba en pleno ascenso. Venía de grabar Kind of Blue con Miles Davis y el trío con LaFaro y Paul Motian tenía un potencial ilimitado. También era un tipo introvertido y sombrío, consumía heroína y tenía problemas por ser blanco en un ambiente en el que el talento se suponía negro. En Vida y música de Bill Evans –una biografía definitiva– Peter Pettinger cuenta que el accidente de LaFaro tuvo un efecto demoledor sobre Evans, al punto que no tocó el piano durante seis meses, ni siquiera en su casa.

Intervalo, una novela de Owen Martell, se ocupa de la vida de Evans durante el período de su ausencia pública. Publicada en inglés en 2013, se acaba de traducir al castellano con la ayuda de la Cyfnewidfa Lên Cymru, es decir, la Fundación Galesa para la Literatura. Supongo que porque Martell es galés (ésta es su primera novela en inglés) y porque Evans tenía antepasados galeses. También supongo que el libro, como ocurre en otros casos, no se habría publicado en la Argentina sin esa colaboración. Pero ésta no es una crítica sino lo contrario: el dinero ajeno (galés en este caso) hace menos estrechos nuestros horizontes literarios.

La literatura de todos los países abusa de manera cada vez más notoria de la mezcla de ficción con datos históricos, como si la imaginación no fuera suficiente y hubiera que meter hechos y personas conocidas en la narración para validarla o venderla. Intervalo intenta, una aproximación algo distinta, ilustrada por la cita de Miles Davis con la que comienza: “No toques lo que está ahí, toca lo que no está”. Martell apenas menciona datos históricos –más bien los elude– y los personajes principales de la novela, aquellos a cuyos pensamientos accedemos, son el hermano de Evans, su padre y su padre, es decir, las personas que lo acompañan en su retiro, aunque con ellos comparte poco más que su presencia física en las comidas. Martell casi no habla de música y no comete la torpeza de atribuir el estilo del pianista a su atormentada personalidad. Sin embargo, al escuchar las grabaciones de la época no sólo la novela adquiere otro interés, sino que se nota un correlato entre esa música sutil, romántica y melancólica con una situación familiar marcada por la lejanía y la depresión. Martell establece una escisión entre dos mundos que coexisten sin tocarse: por un lado, el del artista famoso angustiado por la fama y el exceso laboral; por el otro, su familia agobiada por la silenciosa adoración de la madre y la dolorosa incomunicación del padre y el hermano. De ambos lados de la barrera, Martell describe un mundo vacío y atroz, en el que la felicidad es apenas un destello infrecuente.

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Bill Evans murió a los 49 años. Antes murieron su padre, su madre y su hermano, que se había pegado un tiro un año antes. Las historias del jazz suelen ser así de tristes. Después de todo, fue una forma de arte que se extinguió tan prematuramente como muchas de sus figuras. La muerte de LaFaro ocurrió en lo que fue posiblemente el momento más alto, cuando la tradición y la vanguardia se potenciaban y la libertad artística parecía no tener límite. Duró poco.