Los dedos le otorgan sentido a la mano. Le confieren plena utilidad, con las ventajas que eso tiene para los humanos.
Tan importantes son en conjunto como individualmente. El pulgar deriva de la palabra “poder”. Es el único dedo que puede tocar a sus compañeros de manera total. Contribuye como ninguno a la sujeción de objetos y es nuestra nítida huella de identidad.
Míticamente, creemos que en el circo de la antigua Roma el pulgar hacia arriba de la multitud era la vida, mientras que, apuntando hacia abajo, resultaba la muerte del combatiente. El meñique no posee función distintiva, pero su aerodinamia le permite introducirse con facilidad en la oreja.
El anular tiene esta denominación pues es portador de los anillos de compromiso ya que se creía, equivocadamente, que una vena lo comunicaba directo al corazón. El dedo del medio es el utilizado para el insulto y, por tal motivo, está de moda.
Dejamos para el final el índice, el dedo más expresivo, fiel complemento del pulgar. Es el que ayuda a no perdernos en la lectura. Con él se niega, señala y acusa. Tienen índices los libros, los archivos, los catálogos. También es sinónimo de indicador económico, como dato estadístico, que permite relevar variables económicas.
Los índices apuntan con determinación a la pobreza. Trece millones de pobres; de ellos, 2.500.000 son indigentes. Los más perjudicados, nuestros chicos, 4.500.000 menores de 14 años en situación de pobreza. En el otro extremo, los mayores de 65 años son los más afectados por la indigencia.
Hubo un aumento de 1.500.000 pobres durante la actual gestión, también hay que reconocer que ese millón y medio no estaba tan lejos de la pobreza antes de Macri. Si hacen mal las cosas, continuarán incrementándose estas cifras. Es como el agua y los que no saben nadar, basta que crezca unos centímetros para ahogar a muchos.
Ante estos números, todos los que podemos flotar y respirar nos vemos en la obligación, acaso en dudosa solidaridad, de decir algo, como para hacernos creer que nuestras palabras son un bálsamo que hace menos dolorosa la realidad.
Es probable que los pobres, los indigentes, no tengan tiempo ni oído para pensar o escuchar lo que decimos de los índices que hablan de ellos.
Se repite que la pobreza nos interpela a todos los argentinos no alcanzados por ella y, si bien esto es una verdad de conciencia, no debemos esperar sólo la buena voluntad de los que tienen algo más. La generosidad será, con seguridad, bien recibida, pero es el Estado el que debe velar por el equilibrio entre los más y los menos.
La hora exige un reordenamiento impositivo que comience por el IVA que es, a todas luces, injusto para los de menos recursos, a la vez que su reintegro es impracticable para la mayor parte de los excluidos. Gravar las transacciones financieras y los repartos de dividendos societarios se impone.
Hay que considerar que el dato, los 13 millones de pobres, incluye el ingreso de las ayudas sociales; si no fuera así, los niveles resultarían peores. Esto merece un párrafo aparte. Los planes sociales nacieron y se multiplicaron en distintas crisis y deben ser revisados ante esta dura realidad. La intermediación, los datos falsos y cada peso que se pierde en el camino equivalen a apuntar y disparar un arma contra los más vulnerables.
Se debe priorizar, para estos planes, una red y un tablero de control encabezados por los auditores de la AGN y por los diversos organismos de contralor, a fin de que cada recurso llegue intacto y efectivo a su destino.
Pasamos del dedo índice al índice económico que señala la indisimulable pobreza. Vamos de un país cuya población está dispuesta a dar una mano a un índice que acusa a los que piensan diferente. Nos movemos del dedo índice que trabaja a la par del pulgar al riesgo de que ese mismo pulgar se independice y decida apuntar, cabeza abajo, condenando a todos aquellos que el índice de pobreza tristemente señaló.
*Secretario adjunto de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR).