La renuncia de Alberto Fernández no fue producto de una estrategia concertada, sino un acto unilateral, no acordado con Cristina o Néstor Kirchner, y nada tuvo que ver con un intento de oxigenación política del Gobierno. Por el contrario, abrió una nueva fase en la crisis que afecta al sistema de poder vigente. Esta vez, golpeó el núcleo de las decisiones del régimen hegemónico construido por Kirchner en los últimos cinco años. En este sentido, el impacto es todavía mayor que el voto negativo en el Senado del vicepresidente Julio Cobos. La renuncia de Fernández es una muestra más, pero en escala superlativa, de la desagregación del actual sistema de poder. Sólo que esta vez, por afectar el núcleo íntimo de las decisiones, la desagregación adquirió características de implosión.
También existe un segundo elemento que irrumpió con fuerza en estos días: la aparición de la crisis fiscal, exhibida en la demora en los pagos de las obras públicas, en la parálisis en la entrega de fondos que corresponden a las provincias y en la necesidad de las autoridades locales de tomar medidas de emergencia, como ocurrió con el aumento de impuestos en la provincia de Buenos Aires y la reducción del gasto público en Córdoba. La crisis fiscal le otorga carácter orgánico a la crisis política provocada por la licuación del poder de Kirchner, y como tal afecta al conjunto del Estado.
La desarticulación del sistema de poder de Kirchner es ya un proceso incontenible. La reiteración de declaraciones de distintos gobernadores peronistas, entre ellos Daniel Scioli, José Luis Gioja y Mario Das Neves, y de numerosos intendentes del Gran Buenos Aires, referidas a la conveniencia de “abandonar la confrontación”, de mostrar “humildad” y hasta de realizar una “autocrítica”, y la necesidad de “concentrarse en la gestión” no pueden ser interpretadas como una serie de lugares comunes. En el lenguaje del poder, propio de la cultura peronista, son metáforas utilizadas para diferenciarse de Kirchner y de su estrategia de polarización y confrontación permanentes, hoy fallida.
Estas referencias, levemente crípticas pero absolutamente inteligibles, están en relación directa con las características propias de la cultura o subcultura política del peronismo que, por sus raíces históricas (etapa 1943-45), asimila la idea de la legitimidad del poder a su éxito y efectividad y, en contrapartida, identifica la ilegitimidad y el eclipse del liderazgo político con perder o ser derrotado. Perón –el fundador de la subcultura– decía que “el conductor es un constructor de éxitos”. A la inversa, quien deja de construir éxitos tiene inexorablemente que abandonar la conducción. Es lo que acaba de ocurrir con Kirchner.
Por eso, el tiempo de verbo en relación con la caracterización del “fenómeno Kirchner” es ya el pasado; y la atención política no está concentrada ya primordialmente en el “fenómeno K”, que históricamente parece haber terminado, sino en lo que viene.
Para visualizar lo que viene, conviene partir del hecho de que existe una relación definida y necesaria entre lo dado (actual) y lo posible. Según Hegel, lo real se muestra siempre como “antagónico”, dividido entre su ser y su deber ser. Lo real contiene necesariamente la posibilidad. ¿Qué es lo real? Es lo actual y lo virtual, es decir lo posible. La realidad es realidad y posibilidad. Pero una cosa es la posibilidad real y otra muy distinta la ideológica. La posibilidad real es una fuerza y una tendencia históricamente concreta, no un refugio idealista para huir de la realidad. Para Hegel, “el hecho es antes de existir”. La realidad está siempre preñada de posibilidades. Y la existencia humana no es otra cosa que su continua actualización.
En la Argentina de hoy, lo posible real, que no es lo posible ideológico, está constituido por cuatro elementos fundamentales. En primer lugar, la aparición de la Argentina agroalimentaria, concebida como un nuevo actor social, político, cultural y tecnológico surgido del interior del país y, a la vez, como la opción estratégica que permite el pleno aprovechamiento de la oportunidad histórica que ofrece el nuevo escenario mundial. En segundo término, la opinión pública, que es –ante todo– la opinión de las clases medias de los grandes centros urbanos. En tercer lugar, son las instituciones –todas ellas– lo que incluye desde el Congreso hasta la Corte Suprema de Justicia, pasando por la vicepresidencia de la República.
Por último, pero absolutamente decisivo en términos políticos, las provincias y los municipios, cuyo poder reaparece junto a la desintegración/desagregación del sistema de concentración política y económica construido por Kirchner.
En situaciones de emergencia, como la actual, sólo puede haber acción política dentro de la emergencia y no fuera de ella. Y los actores políticos ganan o pierden relevancia según la capacidad efectiva que exhiban para interpretar esa emergencia y actuar decididamente en ella. Así se construye la Argentina posible, la que viene.
*Analista político.