Hay una gran diferencia entre ser inteligente y ser sabio. Inteligente es quien escoge los instrumentos adecuados para un fin. Sabio es quien sabe elegir bien los fines. Esta definición les cabe a los diferentes roles de Axel Kicillof y Néstor Kirchner, cada uno en su momento de gestión. Probablemente al ministro no le quedaba una alternativa más inteligente frente al fallo de Griesa que incumplirlo en alguna proporción o durante algún tiempo para negociar mejor. En palabras de Lavagna: “Aceptar un tifón (un default breve) para no padecer un tsunami (una hipoteca perpetua por revaluación de nuestra deuda)”. Pero haber llegado a esta situación no fue sabio. Argentina, en promedio, es un país de gente bastante inteligente. Probablemente nos falte aún elegir bien dónde aplicar esa virtud.
La actualidad hace oportuno reflexionar también sobre la diferencia entre otro par de conceptos que por intimidad se confunden: lo bello y lo sublime. La belleza produce amor; lo sublime, una atracción desbordante. En el libro de Immanuel Kant Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, hay un capítulo completo titulado: “Sobre los caracteres nacionales en cuanto descansan en la diferente sensibilidad para lo sublime y lo bello”. Probablemente hoy el filósofo alemán usaría algunos ejemplos de Argentina, sin dejar de prestar atención a cómo se festejó la derrota de nuestra selección en el Mundial frente a la de su país. Ayer, en PERFIL, el escritor Martín Kohan, en su columna “Aunque ganes o pierdas”, se refirió a la costumbre nacional de festejar derrotas como si fueran victorias, aclarando que no se refería al mérito de haber llegado a la final porque eso ya se había festejado tras el partido ganado a Holanda. Y entre muchos ejemplos de esa costumbre mencionó que para conmemorar el Día de la Soberanía Nacional se eligió el de una batalla perdida: la Vuelta de Obligado.
Este goce de la sublimidad del gesto heroico que se encuentra en la derrota más que en el triunfo quizá sirva para comprender parte del proceso psicológico que guió a Cristina Kirchner hasta donde el fallo de Griesa generase sus consecuencias.
Para los amantes de la grandiosidad, la belleza sola podría asimilarse a un amor sin deseo. Lo sublime, en cambio, genera agitación tanto por lo positivo como por lo negativo. Para el filósofo alemán Friedrich Schiller, lo sublime es una emoción mixta “compuesta por un sentimiento de tristeza, que en su más alto grado se expresa a modo de escalofrío, y por un sentimiento de alegría, que puede llegar hasta el entusiasmo”. Schopenhauer escribió sobre los seis pasos que cumple lo bello para transformarse en sublime, y por qué tantos filósofos alemanes prestaron atención a lo sublime debe hablar también sobre cómo los caracteres nacionales se relacionan con este concepto.
Lo sublime es una categoría estética y, para las modernas sociedades actuales de los países desarrollados, el avance del ser humano y de la sociedad en su conjunto se produce al pasar del estadio estético al ético.
En las previsibles democracias de los países desarrollados, lo igualitario renunció a lo óptimo y la épica quedó relegada al deporte en tanto metáfora del heroísmo. Como en el fútbol, donde un equipo que pierde hasta ir al descenso pasa entonces a contar con el aliento de todos sus hinchas. Esa derrota máxima moviliza tanto o, a veces, más que el triunfo.
Por eso Putin le dijo a Cristina Kirchner con asombro lo inusual que era la posición de Argentina en el mundo, siempre con una voz propia. Vivimos una época en que mayoritariamente está cuestionada la idea misma de lo sublime. En la política internacional está prohibido ese trance, intensidad desmedida o exaltación. Quizá por eso también produce aburrimiento. Porque en la política, como en el amor o en el cine, sólo disfruta de una película quien se la cree: es el sentimiento lo que crea su propia verificación.
Por eso nos deleitamos creyendo que Messi tiene alas y será el salvador, o que el papa Francisco puede producir el milagro de la paz entre Israel y Palestina. Después, la realidad se encarga de desmentirlo y Messi no brilla como se esperaba o israelíes y palestinos inician la mayor matanza en años.
Es en las fases de epílogo donde las culturas y los individuos muestran su manera de ser de forma más rotunda. El kirchnerismo más verdadero se verá este año y medio que resta hasta diciembre de 2015.
En la confrontación con los fondos buitre se alcanza el punto máximo del choque cultural entre el paradigma argentino de justicia y el sajón. Hay financistas recalcitrantes que ahora se suman a comprar bonos del 7% que no entró al canje de deuda, con el solo fin de hacerle juicio a la Argentina para que aprenda que “las reglas hay que respetarlas” y los que hacen trampa, como el uruguayo Luis Suárez –ejemplo de la revista The Economist–, deben ser castigados con una severidad previa a la Ley del Talión.
El universo sentimental argentino conmovido con Malvinas hace condensación y desplazamiento en el colonialismo financiero, el Papa o la Selección de fútbol. Sufrimos más, también gozamos más, y nos va peor.