LOS DE NARVAEZ, el real y el de la ficción de “Gran Cuñado”, cuando se cruzaron al aire. |
.Ahora que ya se votó y “Gran Cuñado” languideció sin mucha más gloria que pena, es más fácil analizar luces y sombras de lo que ese programa simbolizó en el subconsciente colectivo. La primera reflexión es: pobres políticos, que no pudieron darse el lujo de evitar la humillación de legitimar con su presencia la elevación de una sátira al estadio de lo real.
No sólo es por “Gran Cuñado”, también por los movileros de CQC, que someten con cuestionarios estrambóticos a los políticos, quienes, con tal de parecer simpáticos, se prestan a parodias primitivas y casi estudiantiles. Basta ver cómo cambia el tono de la normalmente adusta Cristina Kirchner cuando se enfrenta a los movileros de CQC y pasa a hablar como una señora normal en una peluquería de barrio. ¿Cuál será la verdadera: la que sermoneaba con tono grave desde el atril o la ingenua y hasta a veces simpática señora de CQC (que el lunes superó en rating a la final de “Gran Cuñado” por 22 puntos a 20 con un político, el intendente de El Bolsón, que estúpida y violentamente se rebeló al papel de hacerse el gracioso)?
“Gran Cuñado” volvió a mostrar que cuando la fama es fin y no medio, como sucede más habitualmente en el mundo del show, en lugar de que los políticos utilicen a los medios para transmitir sus mensajes, son los medios los que usan a los políticos para irradiar el suyo. “Que hablen, bien o mal, pero que hablen”, el apotegma de las vedettes de los programas de tarde, se hizo también válido para los políticos.
Algunos filósofos definieron al hombre como el animal que ríe. Nada que no sea humano es cómico; la naturaleza, un paisaje no pueden serlo. Ni tampoco un animal, que lo es sólo cuando nos recuerda actitudes humanas; como los objetos, que son risibles porque nos remiten al capricho humano que les dio vida.
Lo cómico requiere cierto desapego de lo moral: no podemos reírnos de quien nos inspire conmiseración o piedad, y precisa una “anestesia temporaria del corazón” para multiplicar su efecto.
La risa es un gesto social que también requiere del eco de sentirnos acompañados, real o virtualmente, por otras risas, el grupo se ríe mejor que en soledad: cuanto más llena está la sala de un teatro, más frecuente y larga es la risa.
Pascal, en Pensamientos, reflexionaba sobre por qué reímos: “Dos caras, ninguna de las cuales hace reír por sí sola, juntas mueven a risa por su parecido (...) y los gestos, que por sí solos no son ridículos, inspiran risa por su repetición”. Quizá Tinelli no haya leído a Pascal, pero sus libretistas demostraron conocer muy bien sus ideas.
Significado de lo cómico. En su libro La risa, el filósofo francés Henri Bergson escribió que “una de las formas esenciales de la fantasía cómica consiste en representarnos al hombre vivo como una especie de muñeco articulado”. Para algunos, la risa se promueve desde la exageración; para otros, desde la degradación.
Lo cómico expresa también cierta inadaptación del individuo a la sociedad: toda rigidez del carácter del espíritu o del cuerpo en un ser humano resulta artificiosa e induce a la risa. Dejar de transformarse: la rigidez es dejar de vivir.
Bergson también sostiene que “la flexibilidad de un vicio sería menos fácil de ridiculizar que la inflexibilidad de una virtud: la rigidez es siempre sospechosa para la sociedad”. El primero es el caso de Menem; el segundo, el de De la Rúa. Los defectos ajenos nos mueven más a risa por su insociabilidad que por su inmoralidad. Nos resulta cómico aquel que –como De la Rúa– repite automáticamente su comportamiento sin verse influido por el contacto con los demás. Mientras que cualquier vicio, si genera simpatía, terror o piedad, inmediatamente deja de ser cómico. O sea, la risa requiere la insociabilidad del personaje y la insensibilidad del espectador: lo que conmueve no da risa.
Sólo se puede ser ridículo por aquel aspecto que se escapa a la conciencia de ser satirizado, aquello invisible para sí mismo y visible para todos los demás. La risa es humillante para la persona que la genera porque es, ante todo, una corrección social donde la audiencia se venga y castiga a la persona sobre la que actúa. No puede haber risa bondadosa, ni justa, porque siempre cumple una función punitiva.
Muchas veces no podemos ver la verdad intrínseca de las cosas porque nos conformamos con las etiquetas con que fueron catalogadas. La máxima ambición del arte es revelarnos la naturaleza. Lo que el alma pura de un gran artista ve, no lo ven las personas normales. Pero esa capacidad está más presente en el drama, donde hay más realismo en una obra cuanto más idealismo hay en su alma. Mientras que el humor es más efectivo para pintar tipos generales de caracteres. Kant decía que “la risa procede de algo que se espera y de pronto se convierte en nada” .
El gesto involuntario del retratado con el que el cómico construye su imitación no puede nunca manifestar la personalidad total de una persona y se limita a exacerbar una parte del parodiado. Eso sucedió con De Narváez, el ganador tanto de “Gran Cuñado” como de las elecciones en la provincia de Buenos Aires: la gran mayoría de sus votantes no sabe mucho de él. Para bien o para mal, una lástima.