Con profunda tristeza recibí en mi correo electrónico un mensaje de un escritor que estimo y respeto para invitarme a adherir a una declaración de repudio por la presencia de Mario Vargas Llosa en la inauguración de la Feria del Libro. Más hondo fue mi pesar cuando advertí que el motivo central de esa insólita medida eran las declaraciones efectuadas por el último Premio Nobel de literatura respecto del matrimonio Kirchner y sus gestiones de gobierno.
La recepción de esta misiva electrónica me trajo a la memoria una mimeografiada que pasó por mis manos en 1979, cuando era un joven y principiante abogado, repudiando la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por inmiscuirse en asuntos internos de nuestro país. Nota que tuvo como resultado el dramático slogan “Los argentinos somos derechos y humanos”, que convertido en obleas se pegaba en los autos y era la consigna de quienes agredían –o escrachaban en lenguaje actual– a los familiares de presos y desaparecidos que formaban colas para hacer denuncias a la Comisión. La relación no es una arbitrariedad de mi memoria porque ambos hechos, con distintos emisores y destinatarios, expresan el rechazo a la opinión de un extranjero sobre cuestiones internas de nuestro país. Más allá del juicio estético que Mario Vargas Llosa merezca para los escritores y críticos locales, nadie puede negar su trascendencia en el mundo intelectual de los dos siglos que atraviesa. El Premio Nobel otorgado es sólo la muestra más llamativa de su obra literaria y periodística que desde hace décadas ocupa un lugar de privilegio en el panorama intelectual del mundo.
La decisión de la Feria del Libro de Buenos Aires, entidad que ha demostrado siempre su pluralismo, ha sido acertada porque invita al último y uno de los pocos escritores latinoamericanos que han recibido ese premio y cuya literatura tiene una gran adhesión de los lectores locales.
La descalificación de una persona por su pensamiento u opiniones no sólo está prohibida por nuestra Constitución Nacional, sino que es severamente sancionada por las declaraciones de derechos humanos, tanto Universal como Americana, así como por los pactos de derechos humanos que nuestro país ha ratificado y se ha comprometido a respetar en el ámbito internacional. Nada viola más el sistema de protección internacional de derechos humanos que el repudio a la libertad de pensamiento y expresión. Las democracias del siglo XXI se caracterizan por dar al individuo el más amplio ámbito de libertad para expresar su diversidad.
Lamentablemente no es el primer acto que los grupos adherentes al oficialismo practican en este sentido, y es habitual que el pensamiento opositor, cualquiera sea el signo que lo caracterice, sea descalificado por estar inspirado en espurios intereses corporativos o en la insania de quien lo emite. No podemos olvidar que bajo iguales argumentos se realizaron todas las persecuciones y holocaustos del siglo XX y se siguen practicando también en la actualidad. La insurrección que comenzó en Túnez al principio de este año es muestra del hartazgo de los pueblos a prácticas que imponen pensamiento y sentimiento único.
La honorabilidad y buena fe de los firmantes de la iniciativa me conduce a solicitarles que la adhesión a un gobierno no les haga perder el placer del respeto al disenso, no con Vargas Llosa, a quien pueden juzgar y cuestionar pero sin repudiar su presencia en nuestro país y en nuestra Feria del Libro, sino con la gran cantidad de personas que con convicción y buena fe no adherimos a este gobierno, pero tampoco pensamos que quienes lo hacen son beneficiarios del régimen o escribas del poder.
Podemos disentir y convivir. El mundo contemporáneo tiene sentidos plurales y nos permite una rica co-habitación en la diferencia de opinión y sentimiento. Gocemos de esa posibilidad y no repitamos actos que en pasado provocaron innecesarias muertes, exilios y resentimientos.
* Profesor en UBA, UNC y Flacso.