En el año 1988 Francis Fukuyama escribió El fin de la historia, basado en su conferencia en el John M. Olin Center for Inquiry into the Theory and Practice of Democracy de la Universidad de Chicago. Este texto, que el neoliberalismo empezaba a tomar como su Biblia, fue profundizado en 1992 en su obra El fin de la historia y el último hombre.
Ciertamente, el autor no estaba sosteniendo la frágil interpretación que se hizo de su obra que entendía que toda la historia se congelaría en términos materiales. Su basamento era hegeliano como “historia de las ideologías” y expresaba que ante la derrota del fascismo y el comunismo, consumada luego con la caída de la URSS, se instalaría un pensamiento único de democracia y libre mercado.
Si bien posteriormente en sus escritos y entrevistas relativizó estos fundamentos teóricos, la idea quedó como un bloque sólido que fundamentó un mundo unipolar de poder y endogámico en su justificación discursiva.
Recientemente, el mismo autor nos sorprende con su artículo “La pandemia y el orden político. Se necesita un Estado”. En este audiotexto de julio en Foreign Affairs, Fukuyama es contundente: el éxito en la lucha contra la pandemia está basado en la capacidad estatal, la confianza social y el liderazgo.
A su vez, observa una concentración de la economía y la ampliación de la brecha entre ricos y pobres. Estas tensiones serán incrementadas por la pandemia, dejando como resultado el triunfo de las grandes compañías, especialmente las tecnológicas, que aumentan sus utilidades a medida que crecen las interacciones virtuales de la población.
El resultado será que los países más pobres y poblados, con sistemas de salud pública debilitados o inexistentes, serán duramente golpeados. En estos lugares no solo el distanciamiento social es impracticable, sino que las medidas básicas de higiene se ven imposibilitadas al no contar siquiera con agua potable.
En términos de la gobernanza global, se potenciará el corrimiento del poder hacia los países de Asia, que han demostrado un mejor manejo de la crisis que los Estados Unidos y Europa. Así, su mimado orden mundial liberal será atacado por nacionalismos, xenofobia y aislamientos, que llevarán a conflictos internacionales.
Pero lo preocupante en su análisis es el alerta sobre la falta de predicción y la permanente aparición de “cisnes negros”, como lo fue el coronavirus. Aquí, aboga por un profesionalismo y una experiencia técnica, pero olvida la dimensión política que organiza a toda sociedad y que solamente es mencionada como una solidaridad bajo una “sensación de todos juntos” para demandar más protección social.
Y para cerrar su último giro teórico, expresa que la situación podría poner fin a las formas extremas de neoliberalismo promovidas por los economistas de la Escuela de Chicago que fundamentaron las reformas de Reagan y Thatcher y que aún siguen vigentes.
La pandemia exige ahora poner al Estado en el centro de la escena y una fortalecida cooperación internacional sumando a la iniciativa privada a esta sinergia. Aquí, el Fukuyama Estado-céntrico encuentra respaldo en el candidato Biden que recientemente mencionó: “La idea de que la única responsabilidad de una empresa es con sus accionistas es una farsa absoluta. Tienen una responsabilidad con sus trabajadores, su comunidad y su país”.
El autor finaliza su texto incorporando la “resiliencia” en el campo de la política, que es tema de otros centros de pensamiento como el Istituto Affari Internazionali de Roma. Aquí, las internacionalistas Elena A. Korosteleva e Irina Petrova profundizan este concepto en su reciente artículo que deja una luz de esperanza para el mundo: nos encontramos frente al “surgimiento de un nuevo paradigma de resiliencia basado en la humanidad, la determinación y una lucha colectiva por un mañana mejor”.
*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor de la Universidad de Buenos Aires.