Recuerdo la primera vez que un médico me preguntó la escala de tolerancia al dolor de 1 al 10. Estaba en la guardia del Clínicas y tenía 17 años. Desde ese momento la pregunta se repitió en un pasillo, en el parto, si tuvieras que decir cuánto. Nada de dolor. Dolor débil. Dolor moderado. Dolor fuerte. Dolor insoportable. 7, gritaba, hasta que llegaba al 8. Decir 10 era un dilema porque siempre hay más insoportable y nunca se sabe cuánto más se puede sufrir. Esa misma escala, esa misma premisa de niveles de tolerancia, la utilizo para todo. Así que, aunque desaconsejable para quienes buscan una larga vida de paz, en mi cabeza pongo en escala cada injusticia y generalmente, los valores son altos. En mi mente tramo (es tu cabeza de novelista, me dijeron), actos de justicia, escraches que siempre son verbales. Volver a la farmacia del pueblo y encarar a la farmacéutica que cuando le pregunté si ese problema era bastante habitual me dijo que no, y después resulta que sí, que era muy común. Ir a la secretaria de la médica que, acento mediante o lo que fuera, descargó su rencor en mí. “Pobres” contra “pobres”, pero es demasiado simple, no sirve como fórmula para entender. Ir al cirujano y decirle que los médicos no reemplazan a Dios, aunque Dios esté muerto. Pero más allá de ajusticiamientos puntuales y personales con secretarias, médicos y farmacéuticos lo que de verdad ocupa mi mente es ver en vida la caída de las elites. No es tanto el proverbio de: siéntate y verás pasar el cuerpo de tus enemigos, sino querer ver el desmoronamiento de las elites, el desmoronamiento de su odio de clase. Como la caída de los glaciares, esa ruina. En Francia como en Estados Unidos las elites en el poder, las elites refinadas, progresistas y tolerantes, dan clases magistrales al pueblo iletrado, racista, demasiado blancos para entender que en el siglo XXI se defienden valores que otros siglos arrasaron. Estamos en el siglo XXI gritan indignados, como si decir siglo XXI fuera una mención de autoridad como citar a Shakespeare o a Hegel: lo dice el siglo XXI. ¿Y qué es el siglo XXI, qué tiene de superior? El rictus del odio de clase es el mismo acá y allá gracias a la globalización. En Hillary cuando llama al pueblo Basket of deplorables ejerciendo presión ideológica, o en Francia, cuando llaman salvajes a los “Gilets jaunes”. Las sociedades están fracturadas, rotas y enfrentadas. Proletario y burgués, las grandes metrópolis versus las periferias, los ganadores y los perdedores del cosmopolitismo. Los dirigentes tolerantes le dan lecciones de moral al pueblo embrutecido que vota mal, pobres racistas, votan mal en Francia, mal en Estados Unidos, son deplorables. Esa es la estrategia de las elites ganadoras que instrumentalizan a las víctimas, camuflar su profundo odio de clase.