El fin de semana pasado el diario chileno El Mercurio publicó una entrevista con el editor Jorge Herralde (foto), fundador de Anagrama, la editorial más influyente de la industria del libro española de las últimas tres décadas. Herralde no era un hombre de dar notas, pero hace algunos años comenzó a aparecer con frecuencia en los medios: en tiempos de crisis, Anagrama cerró acuerdos para distribuir sus libros en kioscos de diarios, y a la vez que su catálogo se hacía menos arriesgado y más previsible, fue una vez más salvada por el gong de un autor, como ya sucediera con John Kennedy Toole y La conjura de los necios en 1982: esta vez el rescate vino de la mano de Roberto Bolaño, un éxito de ventas en todo el mundo. En la entrevista, Herralde confirma la venta de su editorial a la italiana Feltrinelli, y cuenta que la operación se cerrará definitivamente en cinco años. Mientras tanto, él seguirá al frente de la empresa.
Pero lo más interesante de la nota es cuando Herralde se detiene, como al pasar, en dos tópicos que circulan desde hace un buen tiempo. El primero es el supuesto renacer de la literatura latinoamericana. Dice Herralde: “Es en las literaturas latinoamericanas donde están surgiendo muchos de los escritores más interesantes. Nuestro premio de novela lo han ganado últimamente muchísimos latinoamericanos (…) Quizá los escritores se han liberado de la pesada losa del Boom, que aplastó a una generación, y muchos de ellos tienen lecturas e influencias muy diversas, de diferentes orígenes, lenguas y tradiciones. Es un panorama fértil y enriquecido, con sociedades e historias sociales y políticas dramáticas y truculentas, lo que también influye en una escritura distinta”. Para ejemplificarlo, Herralde ofrece nombres de su catálogo. Pero a pesar de que las obras de Martín Kohan, Alan Pauls o Martín Caparrós hayan llegado a España, y los latinoamericanos ocupen en ese país una pequeña porción del mercado (con ventas muy discretas y la mayoría publicados en sellos pequeños), el supuesto renacer está centrado casi exclusivamente en la figura de Bolaño, el único que ha logrado desembarcar en los Estados Unidos, requisito indispensable para una verdadera proyección internacional.
La segunda afirmación tiene bastante más asidero en la realidad. “La vocación de editor está más viva que nunca. En España, en Italia, en América latina... han aparecido centenares de editoriales independientes. Gracias a las nuevas tecnologías es mucho más barato poder editar, al menos tirajes pequeños, sin anticipos o con anticipos simbólicos, rescatar traducciones…”, afirma Herralde, imaginamos que con una sonrisa en los labios, porque sin nada de inocencia, al mismo tiempo que describe un estado de situación esboza su crítica. Lo que sugiere es que parece no haber nada más fácil hoy que montar una editorial, sobre todo si se publican pocos ejemplares y no se pagan derechos sobre las obras ni anticipos. Ese será precisamente el nuevo desafío de los editores independientes, al menos en la Argentina, después de una década de mieles y buenos tratos: seguir construyendo catálogos arriesgados y diferentes y hacer su negocio rentable, pero sin descuidar la calidad material de los libros, ni ahorrar dinero en edición, corrección y distribución (como vienen haciendo), y comenzar a pagar, como corresponde, anticipos a los autores. En síntesis, que el carácter de independiente no está reñido con la idea de ser, al mismo tiempo, un profesional.