En sus comienzos, meditando sobre la música, Adorno pensaba que no había leyes eternas de composición que pudieran garantizar la inmortalidad. De esta manera, las formas musicales podían perecer. Teniendo en cuenta la sentencia de Adorno, podemos decir que existe, en el plano físico, en el mundo, cierto número posible de caras y que, tarde o temprano, éstas se repiten. Había un hombre cincuentón que iba seguido al bar Astral de la calle Corrientes que era el doble de Marcello Mastroianni. Hay un poema magnífico de Daniel García Helder que lo celebra. Pienso que no sólo se repiten las facciones de una cara o cierto tono de voz, sino también los destinos. Hay vidas que parecen escritas por un único escritor que se divierte variando los géneros, una puede ser una tragedia griega y la otra ligeramente pulp, pero el esquema narrado es el mismo. Pienso en las similitudes que existen entre los hechos biográficos de Yukio Mishima, el célebre escritor japonés, y Ricardo Fort, el hombre mediático que murió, desgraciadamente, esta semana. Tanto Yukio Mishima como Ricardo Fort vivieron hostigados por tener que demostrar algo que no eran. Mishima se casó, tuvo hijos, pero era homosexual. A Fort le pasó lo mismo. Ambos sintieron un vacío espiritual que trataron de llenar haciendo fisicoculturismo, querían que su existencia fuera más palpable. Fort se colocó talones artificiales para ser más alto, se hizo implantes de todo tipo y se sometió a más de 27 operaciones; vivía, como diría Lacan, tardíamente bajo el estadio del espejo. Claro que éste era un espejo retrovisor que no funcionaba bien. Para escándalo de su mujer, Mishima se paseaba con sus amigos patovicas por su casa, semidesnudo y embadurnado en aceite. Fort estaba rodeado de gente a la que le pagaba por acompañarlo. En el show de Tinelli hicieron un concurso para buscarle una novia a Fort, aunque era evidente que a Fort no le interesaban las chicas. En 1958, tanto el príncipe heredero del Japón como Yukio Mishima querían casarse. Una revista de mucho tiraje lanzó esta encuesta: “Si el príncipe heredero y Mishima fueran los únicos hombres sobre la Tierra, ¿con quién preferiría casarse? La mayoría de las mujeres contestaron que antes de casarse con Mishima preferían suicidarse. Mishima escribía como los dioses de manera profusa, pero no se conformaba con eso: quería ser famoso. Fundó una sociedad fascista, un ejército privado, y se puso a entrenar en las montañas. Ricardo Fort parecía sólo vivir si estaba en la televisión. Llegó a estar en los programas de la tarde aún convaleciente de sus miles de operaciones. Lo importante era estar, que se hable de él. Cantaba, bailaba, hizo un reality de su vida y tenía un club de fans. Le gustaban los autos caros y mostrarse con ellos, pero era evidente que él no tenía los autos, sino que ellos lo tenían a él. Mishima tomó con su ejército privado un cuartel del ejército, ató al máximo general a una silla e hizo que los soldados se agruparan bajo el balcón de la oficina del oficial. Después salió a hablarles y los arengó para que volvieran a las viejas costumbres japonesas, que no se dejaran influir por la occidentalización de su cultura. Los soldados le gritaban que se fuera, que era un payaso. “Creo que no me entendieron”, dijo cuando entró de nuevo en el recinto donde estaba el general maniatado y se clavó su sable en el estómago, suicidándose. Fort les habló a sus fans grabando un video desde su cama de hospital, les dijo que estaba tomándose 15 días de spa y que iba a salir mil puntos. Murió esa madrugada por una hemorragia intestinal. Mishima dejó dos hijos chicos, un varón y una mujer, Fort también. Muchos noteros que comieron de la mano de Fort esbozaban, en la puerta de su velatorio, una sonrisa, como si su muerte fuera en realidad una broma, otra de esas estupideces que se hacen para tener rating. Parece que nadie cree que Ricardo Fort existió. Yukio Mishima es una celebridad mundial, y sus novelas y obras de teatro quedaron en la historia. Ricardo Fort fue un millonario excéntrico que quería ser artista y es probable que en un par de semanas ya tenga un reemplazo entre los mediáticos de la tele de la tarde. Para la eternidad, las dos versiones valen lo mismo. Como conjeturaba Adorno, la música, con variaciones, puede empezar a repetirse.