Estuve de curioso en Bolonia durante la Feria Internacional del Libro Infantil. Allí acuden los
hacedores de libros del mundo: editores, ilustradores, escritores. El invitado de honor,
milagrosamente, fue la Argentina. Bajo el logo de: “Cuando las vacas vuelen”, una
selección criolla casi autofinanciada (aportes fugaces de Cancillería, Municipalidad y fundaciones)
viajó en representación de cientos de ilustradores locales. Hicieron capote. Algunos señalaron que
la muestra argentina tenía su propia personalidad, vivaz y luminosa, quizá más que la oficial. Lo
cierto es que la muestra fue curada por los propios ilustradores, a través de un jurado de un Foro
autoconvocado. Esto es inaudito: otras muestras, como la española, contaron con alguna imposición
selectiva del Estado. Es claro: también les daban mucha plata. Los argentinos se imprimieron su
propio catálogo (una maravilla), arreglaron sus alojamientos, cortaron foamboard con cutters
argentinos para colgar la muestra. Autogestión a la hora de mostrar, independencia a la hora de
imaginar el libro infantil. Istvantsch, Weiss, Singer, Lima, Bianki, Isol (finalista del Premio
Internacional Andersen), Arroyo, Turdera, Esplugas, Lozupone, Docampo, Gatto, Roldán, etc.,
mostraron sus trabajos ante interesados editores de Finlandia, Italia, Canadá, Corea, Francia,
México…
Los libros de los niños, generalmente, no los compran éstos, sino sus padres. ¿Cuál es la
noción que se tiene de “niño” en cada cultura? ¿Quieren generalizaciones odiosas?
Vamos: un México ecléctico busca libros más poéticos que pedagógicos; EE.UU. lleva grandes
editoriales pletóricas de ñoñerías (los stands estilo Disney son aterradores); Irán invierte en sus
autores tanto como en su cine, su cultura es asunto de Estado; Italia vela por la tranquilidad de
los papás y pregunta cuál es el “mensaje”; Francia es más arriesgada... La selección
argentina dejó claras sus ambiciones: libros nada pavotes, más artísticos que educativos, ni
moralistas ni mainstream, y con un humor envidiable.
Las que hacen punta son siempre las editoriales chiquitas; cuando se comprueba que un autor
funciona, las grandes vienen a copiar, a “descubrir”, sus rumbos estéticos.