El sábado 24 de junio quedó definido el rol de cada uno de los precandidatos. Se especuló por demás y se trazaron diferentes hipótesis para una situación que, si es analizada en retrospectiva, era también previsible.
El gobierno nacional, que uso la herramienta institucional de las PASO en 2015, este año decidió que en los principales distritos del país presentará lista única. Mauricio Macri decidió unilateralmente la conformación de las listas que competirán en las PASO y, una vez superado el muy bajo umbral del 1,5% de los votos válidos emitidos, en las elecciones generales de octubre.
En la provincia de Buenos Aires el elegido del presidente es el actual ministro de Educación Nacional, Esteban Bullrich. Por lo pronto, debe tenerse en cuenta que el funcionario viene de una gestión que fue duramente cuestionada. Además, debe recordarse que dijo que quería llevar adelante “una nueva campaña del desierto” en cuanto a las metas que se fijó para su cartera, toda una declaración de principios.
En la vereda de enfrente, Cristina Fernández manejó los tiempos a su pulso, las proyecciones, las intenciones de propios y ajenos e hizo la jugada más arriesgada.
Será precandidata a senadora nacional por la Provincia, cargo que ya consagró en 2005. ¿Por qué es la jugada más arriesgada? La ex presidenta apuesta todo su capital político. Posiblemente, ninguno de sus votantes dejará de valorarla si perdiera las elecciones, pero difícilmente pueda continuar su vida política electoral si sufriera un traspié en octubre. Al contrario, si llegara a ganar, consolidará su rol de principal actora, no sólo del heterogéneo archipiélago opositor, sino de la arena política nacional. Por otro lado, un acuerdo con su ex ministro Florencio Randazzo, hubiese sido una decisión más conservadora.
Entre el oficialismo y el kirchnerismo, se ubican Sergio Massa y Florencio Randazzo. Una elección de medio término como la que tendremos este año, en principio le da pie a los votantes a ser más flexibles con su sufragio.
No está en juego la capacidad de gobernar el país sino la conformación del próximo cuerpo legislativo. La oferta electoral desde los dos principales contendientes es una cuerda tensionada y en donde las terceras fuerzas pueden quedar con la ñata contra el vidrio, parafraseando a Enrique Santos Discépolo.
¿Qué pronóstico podemos aventurar? Las primeras pistas que nos muestran las encuestas es que la polarización existe y es intensa, pero no tanto como la desean macristas y kirchneristas. La fantasiosa sumatoria de los votos de Massa y Randazzo oscila entre 20 y 30 puntos.
En los ámbitos académicos se habla habitualmente del clivaje oficialismo-oposición. Es decir, el electorado está dividido en dos grandes campos. Si un votante decide validar al gobierno lo vota, caso contrario, se decidirá por la alternativa opositora que más se ajuste a sus ideas. Si uno tuviera que distribuir en estos grupos a los principales espacios que competirán en agosto, el procedimiento es sencillo: Cambiemos es oficialismo, el resto es oposición.
A su vez, la política argentina, añade un segundo clivaje: kirchnerismo vs. anti-kirchnerismo. Ambos no compiten entre sí, sino que están superpuestos. Esto abre algunos interrogantes: ¿Randazzo es kirchnerista o anti-kirchnerista? ¿Y Sergio Massa?
Lo indudable, desde lo cuantitativo, es que ambos compiten con Cristina Fernández de Kirchner por el vasto electorado peronista de la Provincia de Buenos Aires.
En principio, Macri es el principal ganador ante la atomización de la oposición. Y si además, sus contendientes son parte del laxo movimiento peronista, entonces el beneficio es potencialmente mayor. ¿Esto significa que la elección está definida a favor de la alianza gobernante? Por supuesto que no. El 13 de agosto tendremos una primera aproximación y el 22 de octubre una respuesta definitiva. Lo que no se debe pasar por alto es que, independientemente del resultado, Macri tiene las espaldas bien cubiertas.
*Politólogo (UBA). Analista político.