Argentina y Brasil está unidos por algo más que cultura: se entrelazan en una enorme fantasía sexual. Basta mirar el mapa: el Brasil se infla orgulloso y saca pecho como un palomo gigantesco, mientras la Argentina, jugándola de esbelta y estirada, alarga un brazo para sacarse la selfie (Misiones es su iphone). Brasil siempre jugó a la enormidad, a la superpotencia; Brasil es nuestro “otro” próximo, nuestro primer Oriente.
El Brasil y la Argentina son la parejita cósmica: todo en Brasil es lo mais grande do mundo y Argentina también se cree mil, aunque por razones quizás más discutibles, como el dulce de leche, la birome bic y el fútbol champagne. Por eso, cuando circuló el meme de los hijos presidenciales hecho viral por Eduardo Bolsonaro, no debía ahí leerse una comparación de hombrías, una mera medición de sables, sino una postal de la fantasía sexual que sacude al continente: el gran falo imaginario de Brasil que se cierne sobre la señorita Argentina, en este caso encarnada por la drag queen Dyhzy.
Una comparación de masculinidades clásicas sería la que enfrenta al hijo de Bolsonaro y al hijo putativo del papa Francisco, Juan Grabois. En esta categoría, el garbo viril de la seducción implica siempre una amenaza: el hijo del presidente brasileño se filma practicando tiro y trabajando sus músculos en el gym. Le gusta posar rodeado de ametralladoras, un comportamiento usual entre miembros del Comando Vermelho (narcos temibles) y raro en un diputado; pero también surfea, le gusta la vida sana, como a Gisele Bündchen y todo brasileño de bien. Eduardo encarna el culto antiguo del joven guerrero: los atributos del esplendor viril y la brutalidad son el vehículo de una potencia sexual que debe traducirse en poderío político y tribal.
A diferencia de sus hermanos, fofinhos olvidables, Eduardo canaliza un brío caníbal de los Tupí Guaraní: está dispuesto a devorar cualquier ideal civilizatorio que se acerque, llámese educación sexual, respeto por el débil o diversidad. Se erige como cacique heredero de un Brasil que supo cambiar las cerbatanas amazónicas por las metralletas. Aunque produzca espanto, Bolsonaro Jr. es una expresión genuina, aunque bizarra, del coloso brasilero.
Por su parte, Juan Grabois no se fotografía con fierros, pero quiere que pensemos en su pistolín: si yo fuera pobre, comenta, iría “de caño”, blandiendo un fierro. Por eso, cuando todos los sindicalistas bajan la cabeza ante el nuevo cacique, Grabois la levanta y gruñe: le dijo al presidente electo Alberto Fernández ojo que “hay mecha corta”. De tamaño escaso, Grabois es la definición misma de mecha corta: tiene el sex appeal de un patancito barrial, con el aplomo de un chihuahua que ladra y se ofende. Grabois es el que te grita fuerte porque su papá es importante –en este caso, su Papa. La teocracia tribal.