Estaba por dispararme el tiro diario –el que por un motivo o por otro, un olvido, una noticia, un aumento, una derrota, me pego casi de rutina, como si tomara las pastillas– cuando por primera vez pensé en ellos. En los huevos, digo. En los dos. En por qué el tiro simbólico que uno suele darse a causa de una contrariedad tiene que ser ahí. ¿Por qué son siempre ellos la referencia? “Dolor de huevos”, “rompe los huevos”, “huevos llenos”, “hasta los huevos”, “huevos al plato”, o el sucedáneo “las pelotas”.
Los conflictos a los que aluden se dan en apariencia con otros, pero en general suelen ser entre uno y el universo. La Justicia, el jefe, el portero, Dios, María Santísima o el que esté de turno en el call center son involuntarios responsables del malestar. En el justo, puto momento, en que reclamamos, ninguno de ellos da la cara ni se hace cargo. Resulta así, en resumidas letras, que acabamos por darnos un metafórico tiro en los huevos, y a otra cosa. Bien, ¿pero por qué siempre el asunto es con ellos?
En ésas andaba, a punto de dispararme el cotidiano, cuando escuché unas declaraciones de los Moyano. El hijo, Pablo, no estaba dispuesto a modificar la fecha de la marcha camionera prevista para el 22 de febrero, día que se dedica desde hace seis años a recordar la muerte de 52 trabajadores en la estación de Once. Una provocación más añadida a las habituales del pibe que heredó el gremio de su padre. “¿Para qué te voy a regalar un camioncito si te puedo dejar todos los de verdad?”, habrá calculado, generoso, el viejo. A modo de respuesta, y en alta voz, grité, a nadie: “Le chupa un huevo todo”.
Como si un Moyano no fuera suficiente para que los susodichos se hinchen tamaño dinosaurio, hasta el punto que una carraspera, una ligera tos, los pueda reventar, a la noche habló “el capo de la familia”, Hugo. Le concedió una entrevista en Crónica TV a un gordo, pelado, que baja la línea de la revista Cabildo (millennials, ver Wikipedia), panfleto nacionalista, católico, antisemita, vinculado a la extrema derecha peronista, López Rega y la Triple A. Comenzó a publicarse en los años 70 y reapareció en los 80 para combatir a Alfonsín y apoyar a Menem. Con esa clase de tipos conversa y coincide Hugo Moyano. Ahí, dijo: “Creo que les queda poco tiempo a ellos. La gente está convencida de que este gobierno está fracasando y no tiene respuesta y que tiene como objetivo la entrega del país”.
Entre sueños escuché, después, a Hugo, “el trabajador”, recostado en sus quintas de Parque Leloir, en sus departamentos, en su flota de autos, como si fueran almohadones. Me decía, a mí, sonriendo: “No lo van a lograr”. El dolor de huevos era ya una tortura. Algo me los pellizcaba y retorcía. Canté. ¿Seru Giran? Recordé la letra como si la hubiera murmurado esa tarde, ayer, y antes de ayer, y fuera la banda de sonido de todos los días. “Con el tiempo vas cambiando/ y tus ojos van mirando más allá/ Cuánto tiempo más llevará/ cuánto tiempo más llevará/Ilusiones, letras de cristal/ simulando que sabés adónde estás/Nos dirán “qué viejo que estás”/ por favor, hablemos de verdad...”. Y vi a Charly, flaquito. Y a Lebón, Aznar, Moro. Con esos pelos.
Todavía no amanecía cuando me levanté. Recurrí a una estrategia adolescente: cubitos de hielo en el bidet lleno de agua y ventilador directo después. Parece que no, pero resulta. Bajó un poco la inflamación. Quedaron para el disparo. La mano como una pistola, el dedo índice extendido y un agujero imaginario que los desinfla. Estaba en eso, les decía, cuando reparé en ellos, en los huevos. ¿Por qué son siempre signos tan relevantes de lo que nos pasa? ¿Por qué son el origen? ¿Por qué ahí nace todo? En fin. Aquel que lo padece sabe que, ante semejante dolor, uno termina pensando y haciendo cualquier cosa con tal de distraerse.
Hasta canta, si hace falta: “... la magia de estar aquí/ va suponiendo que sabés adónde debes ir/ Cuánta ignorancia/ corre por tu cuerpo hoy/ Ni siquiera te entregas al tiempo, sin pensar por qué/ Cuánto tiempo más llevará...”. ¿Cuánto tiempo más llevará?
*Periodista.