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Defensor de los Lectores

Los ídolos no se critican

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Sepultado bajo los escombros de noticias de alto impacto (el acuerdo con el Club de París, el llamado a indagatoria del vicepresidente de la Nación, la trágica caída de una avioneta sobre el Río de La Plata, la proximidad del Mundial de Fútbol y otras), el affaire de la semana anterior con la carta/telegrama del jefe de los católicos a la Presidenta ofrece un costado que los medios argentinos parecen haberse negado a abordar: la responsabilidad en este entuerto de Jorge Bergoglio, Francisco. No he leído ni escuchado nada por estos pagos de lo que le cupo al firmante del saludo en la historia. Todos los medios, PERFIL incluido, encaminaron sus miradas críticas (cuando las hubo) sobre la Nunciatura, las oficinas presidenciales y un funcionario del Vaticano en el área de ceremonial. Es, tal vez, por aquello de que mejor no criticar al que tiene buena imagen aunque cometa errores más o menos gruesos, como fue el caso.

En su columna de ayer (página 53, con título “Dios no es peronista”), el escritor Daniel Guebel hizo un paralelo impecable entre el líder católico y el fallecido líder justicialista: “Bergoglio se ha vuelto el Perón que Perón siempre quiso ser, el Santo Padre, el Sumo Pontífice, por lo que el ritual peronista clásico, compuesto en partes semejantes de tradición, fe, venalidad, abyección, falsificación y distancia, sustituyó el peregrinaje a Puerta de Hierro por el peregrinaje a Roma, la espera ante el portón y el regreso a la patria con las cartas y las cintas grabadas y los mensajes públicos y secretos por los signos equivalentes (la equivalente imposición de manos) que proporciona Francisco y que se convierten en objeto de consideración y fruición, en resto a masticar y deglutir al infinito”. Y su ironía concluye como una ¿amarga? carcajada: “El Vaticano es hoy la escuela del peronismo para todos, la consolidación urbi et orbi del sueño imperial de un mundo peronista. El tema de la carta verdadera o falsa, que armó otro conventillo pedorro entre el Gobierno y los medios independientes, in the pendiente, monopólicos o no hegemónicos, en realidad soslaya el misterio fundamental. ¿Puede Bergoglio, un profesor de Letras, escribir un texto con faltas de ortografía (una) y un consecuente error de concordancia? O, si fue otro que escribió por él, ¿de quién era el mensaje que transmitía? Porque, si Dios, Uno y Trino es omnipotente y clarividente, ¿cómo es que no asistió a su mensajero en la Tierra –o a su escriba–? ¿Por dónde volaba el Espíritu Santo que no corrigió la carta del Vicario de Cristo cuando alguien puso ‘Los argentino’?”. No hace falta agregar media palabra; en estos lares, hablar mal de Francisco es como hablar mal de Perón: anatema para el hereje.

Firmas. Los lectores habrán observado la ausencia de firmas en buena parte de las notas publicadas ayer y hoy. Esto es debido a una resolución del Plenario Autoconvocado de Delegados de prensa escrita, radial y televisiva en el marco de la discusión paritaria. Esta semana, entonces, numerosos espacios quedaron sin identificación de autoría.

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Dos aclaraciones. Con la publicación en la página anterior de una nueva carta de Andrés Bufali (a la que se le han quitado algunas expresiones ofensivas o agraviantes) se pone fin a la polémica entre el escritor de La Madriguera y quien escribió la crítica a su libro, Omar Genovese.

Un lector, Gustavo Cangiano, envió un e-mail referido a un texto publicado en otro medio por el editor general de la revista Fortuna, Ceferino Reato. Para conocimiento de Cangiano y el resto de los lectores, insisto: el correo y esta columna están dedicados exclusivamente al diario PERFIL y no a otras publicaciones. Por lo tanto, y sin analizar su contenido, los comentarios del señor Cangiano no serán reproducidos.

Espectáculos x 3. Tal vez por las dificultades motivadas por la acción gremial de la que se habla más arriba, se escapó un trío de conejos de la galera en el suplemento Espectáculos:
En tapa se indica que palabras atribuidas al cantante Diego Torres fueron vertidas en “una charla de la Fundación Latin Grammy”; la nota que le da sustento en página 5 no dice nada sobre tal origen y queda presentada, con firma de Alfredo Mera, como una entrevista propia en estilo pregunta-respuesta.
En la página 3, “la carta de Suar al sindicato de actores” es presentada como nota pero sin introducción ni nada que lo aclare. Así, resulta ser la misiva casi textual y con firma de Adrián Suar al pie. Debió haber sido editada como solicitada o, con los textos aclaratorios pertinentes, como información encomillada.
En la página 7 (con llamada en tapa) se publica una columna de Analía Melgar presentándola como “una crítica de danza”. Es la comentarista habitual, por lo que la aclaración constituye un error de concepto.