En forma simultánea está creciendo el rechazo y el apoyo a Néstor Kirchner. La brecha es cada vez más profunda y el espacio para los grises es más pequeño. Parece una ley mecánica escapada de los aportes de Newton: a cada acción se le opone una reacción de igual fuerza pero de signo contrario. Esa dialéctica, en política, se traduce en el fogoneo permanente de la polarización extrema y en la búsqueda del enemigo perfecto. Algo similar han leído Néstor y Cristina Kirchner en los textos celebratorios del neopopulismo del matrimonio de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes participarán en la Feria del Libro.
Eduardo Fidanza, sociólogo y fino analista de la consultora Poliarquía, sugiere revisar esa conclusión tan difundida de que “los Kirchner habían comenzado un ocaso irreversible que culminaría con la derrota en 2011”. Según su opinión, “las cosas parecen no estar ocurriendo tal como se previeron. El Gobierno recupera popularidad. No mucha, pero la suficiente para que nos preguntemos la razón”. Dice que mediante consultas telefónicas han comprobado que de cada diez argentinos sólo tres respaldan a los K y “eso no parece ser tan prometedor”, pero conviene aclarar que hace apenas tres meses eran dos los que aprobaban al oficialismo. ¿Esta mejoría kirchnerista se convertirá en tendencia? ¿Cuál es el techo? Si saltaron del 20 al 30% en 3 meses, ¿es posible que en 90 días más lleguen al número mágico del 40% que, ante rivales atomizados, les permitiría ganar en primera vuelta? Hay que evitar los pensamientos lineales o simplistas. Se pueden ensayar algunas explicaciones para el repunte kirchnerista y para la consolidación de un techo muy sólido que hasta ahora presagia una derrota en segunda vuelta contra cualquier candidato.
Estamos dando por hecho que Néstor Kirchner va a encabezar la boleta. Esto ya es una ventaja comparativa, ya que él conduce con autoritarismo y caja pero también con firmeza. Del otro lado hay dirigentes con mejor o peor imagen, pero ningún conductor, salvo Eduardo Duhalde (es quien más crece cuando Kirchner cae y quien más decrece cuando Kirchner sube). Fuera del peronismo, la UCR está en un vigoroso y sano proceso de reconstrucción, aunque con candidatos que despiertan más afecto y simpatía que confianza en la gestión. El resto son candidatos sin partidos o con agrupaciones poco desarrolladas que dependen demasiado de sus fundadores, como Mauricio Macri y Elisa Carrió. Para peor, en un mes la gente que cree que la oposición entorpece más de lo que mejora la calidad instiucional pasó del 42 al 51%, siempre según Poliarquía.
Kirchner es el candidato con más recursos económicos propios y del Estado. Tiene el respaldo movilizador, organizativo y, si se quiere, dañino de la poderosa CGT de Hugo Moyano, que está por anexar al sector de la CTA que lidera Hugo Yasky, cada vez más lejos de Víctor De Gennaro. Esa fractura expuesta se traslada al gremio de los docentes y al plano político, donde Martín Sabbatella asumió el discurso oficial de “disparen sobre Cobos”, ya que “es un articulador de la derecha conservadora”. ¿Sanz, Stolbizer y Binner son la derecha conservadora o el progresismo no autoritario? ¿Cúal es el modelo, Chávez o Lula?
Los Kirchner vienen aceptando el consejo de algunos expertos en comunicación. Dejaron las agresiones verbales en manos de otros dirigentes, encargados de tirar puñetazos y arrastrar al barro a sus adversarios. Cristina se refugia en la gestión y en el trato con grandes figuras. Néstor, en la jefatura del partido y la Unasur, donde asumiría en 15 días tras pedir licencia en la Cámara de Diputados. Aníbal Fernández se encarga de atacar a Pino Solanas y a Cobos (igual que Hebe Bonafini y ciertos grupos ad hoc). Se vienen dos actos callejeros en los que habrá caza de brujas hacia periodistas y un pedido destituyente para que el vice renuncie por traidor. Lo dicen los carteles convocantes: “Cristina no puede echarlo, nosotros, sí”. Durante el conflicto con el campo ya hubo patoteadas cobardes de ambos lados que merecieron idéntica condena desde esta columna. En este caso, la degradación y el agravio vienen de un solo lado, el Gobierno, y habilitan a que cualquier loquito deje al país al borde de la tragedia. Tal vez por eso Hipólito Solari Yrigoyen, quien años ha sufriera las acciones de la tenebrosa Triple A, haya transmitido sus temores de que a Cobos le suceda algo similar.
El miedo ha sido instalado desde el Estado con alarmante contundencia. Kirchner lo hizo. Puso a todos los que no se alinearon con obediencia debida en la mira y cargó su arma de intolerancia.
Lo que más quema a Kirchner es el fuego de la corrupción investigada en los tribunales. Varios de sus hombres más cercanos están en el centro de la escena. Julio De Vido y Claudio Uberti por los negocios con Venezuela. Elisa Carrió aseguró que las coimas cobradas por Uberti iban derecho a los bolsillos presidenciales. Como responsable del Occovi (Organo de Control de Concesiones Viales), era lógico que Uberti fuera el encargado de cobrar los peajes, dicen con malicia en la Coalición Cívica. La situación de Ricardo Jaime lo acerca cada vez mas a la sombra y el fiscal Luis Comparatore insiste en que el juez que tiene preso al bancario Zanola indague a Héctor Capaccioli, recaudador de la campaña de Cristina.
Lo que más beneficia al oficialismo es el vértigo de la economía. El consumo creciente y las asignaciones para hijos de desocupados y trabajadores en negro, claramente lo más progresista de los K, lo demuestran. Tal vez por eso puedan remontar una caída tan grande en las encuestas, algo que no lograron Alfonsín, Menem o De la Rúa. Hoy nadie presagia tormentas fuertes tras los nubarrones de la inflación y todos auguran un crecimiento sostenido. Si bajan las tasas después del canje y logran ordenar los números presupuestarios, éstos serán un activo en su proselitismo. No obstante, cierta altanería dicharachera hizo trastabillar a Amado Boudou. En la conferencia de prensa en la que acusó a Claudio Lozano de robar información, además dijo que él y Pino Solanas eran pseudoprogres y pseudoizquierdistas funcionales a la derecha. Tal vez Carlos Kunkel o Dante Gullo podrían haber disparado esas palabras. Pero “El comandante Aimé” no tiene millaje acumulado en esa vereda de la historia. ¿Quién le dio el carnet de zurdo? El exilio de Pino y la militancia de Lozano con Pérez Esquivel durante la dictadura no se pueden ni comparar con el amor de Amado por la UCeDé y los Alsogaray, símbolo de la ortodoxia neoliberal. Es difícil imaginar a Aimé escuchando a Los Olimareños en su Ipod, a bordo de una de sus Harley Davidson, con una calcomanía de Lenin pegada en el tanque. Demasiado McGuevara o Che Donalds, diría Kevin Johansen.