No son medios: son fines. En tanto instituciones, los medios de comunicación son fines en sí mismos: ganar y prolongarse en el tiempo son la finalidad que determina su entidad. Aliarse, asimilarse, diferenciarse, distorsionar, educar, extorsionar, influir, informar, invertir, ocultar, oponerse, previsionar, remozarse, revelar, servir, y simular, son, en orden alfabético, parte de un centenar de funciones subordinadas, cuyo balance, en cada medio, contribuye a definirle un perfil que es modulado siempre bajo la expectativa de prestar un mejor servicio a sus fines. Medios privados o públicos no la podrían hacer mejor ni podrían efectuar de otra manera a esa modulación, y así, mientras los privados operan para maximizar su representación del interés público, los medios públicos –aun en el escenario utópico donde el Estado sirviese republicanamente al interés público– para conservar su entidad de medios y ser una opción legítima de sintonía o lectura, deben mimetizarse con los formatos y con la gestión de los medios privados, son dos factores que, ideológicamente, importan más que la ideología de sus directivos. Por eso, es natural que los medios que se consideran progresistas aparezcan sirviendo a manifestaciones sociales y culturales que otros llamarían “reaccionarias” y yo prefiero calificar como serviles de la moda, el turismo, las industrias editoriales y discográficas y los negocios del espectáculo. Precisamente con estos últimos, medios progre, los explícitamente representativos de la derecha y la prensa considerada “objetiva” y “seria” coinciden en servir acríticamente a la difusión de bazofia y a la generación de corrientes de público favorable a negocios y prácticas como los festivales tipo Creamfields, las giras de las estrellas de la música prefabricada en las grabadoras y las carreras de pilotos suicidas y potenciales homicidas del automovilismo. No pasa un mes sin que me entreviste una estudiante de comunicación a la pesca de idea para sus tesis, generalmente tan triviales como la imaginación de sus profesores. Alguna tendría que ocuparse del falso Dakar, algo tan fraudulento como un “River vs Boca” protagonizado por las cuartas divisiones del Barcelona y el Manchester, o como el concierto de esos Beetles (con doble ee) que traía el productor Capalbo para timar a incautos. Dijo un ministro K : “Es una prueba de que en el país las cosas se pueden hacer muy bien” (Boudou a la prensa). Leamos como titularon nuestros medios: “Dakar 2010: se largó la gran fiesta” (Clarín), “Palpite el Rally Dakar 2010” (PERFIL), “El inicio del Dakar fue a pura emoción” (La Nación), “El Dakar le pone cifras a la emoción” (Página/12).