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Los mirones

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Como se sabe, cuando un faraón moría era enterrado con todos sus sirvientes. ¿Qué parte de la muerte del Sr. Néstor Kirchner parece estar arrastrando al Sr. Aníbal Fernández hacia la tumba política? Tal vez sea la percepción (el patrocinio y la provocación) de una guerra que ha transformado a Buenos Aires en un campo de batalla lo que, más tarde o más temprano, pondrá al Sr. Fernández en situación de descanso o de retiro (in)voluntario.

Porque si es cierto que “el problema que tiene el gobierno de Macri es una combinación de desidia e incapacidad”, como ha declarado el ministro del Gabinete nacional por el que más antipatía siento, Amado Boudou (Página/12, 13/12), es incomprensible que el Sr. Fernández no haya cesado en entablar una guerra sin cuartel con un “funcionario municipal” tan poco digno de su atención y de sus energías.

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Si el Sr. alcalde es una nulidad tan comprobada (y efectivamente, suscribiría esa hipótesis), ¿por qué tenerle miedo y declararle la guerra? ¿Es que el Sr. Fernández es incapaz de darse cuenta de que cualquier aspiración electoral a nivel nacional del Sr. Macri ha sido totalmente sepultada precisamente por su desidia, su incapacidad y su irrenunciable tendencia al redículo (así, con e: Freddie Mercury, bigote)? ¿Y tan poco confía en las (cada vez más inmensas y más inmoderadas) capacidades de gobierno de la Sra. Fernández que considera que necesita de sus jueguitos sucios y sus caprichitos para no perder el paso?

Buenos Aires atraviesa uno de los momentos más sombríos de toda su historia porque, siendo al mismo tiempo una ciudad autónoma y sede del gobierno federal, aparece tironeada por dos proyectos que se quieren irreconciliables hasta la muerte (que nunca es la de las partes en combate, sino la de terceros, lo que se llama “daño colateral”).

Por fortuna, el Gobierno nacional, “luego de un grave error inicial, ha respondido con sensibilidad e inteligencia” (Horacio Verbitsky en Página/12 el 12/12) y ha intervenido en el “descontrol y la ausencia del Estado local y el nacional” (Mario Weinfeld en Página/12 el 12/12).

“En menos de dos meses, colmo de colmos, han muerto cinco personas en movilizaciones, lo que habla de una pérdida sensible de eficacia”, señala Mario Weinfeld. Sensible pérdida, también, de inteligencia, de plasticidad política, de imaginación, de capacidad de convivencia.

Por fortuna el Gobierno nacional no se agota en las machaconas y pedestres alucinaciones difundidas en los reality-shows de la televisión (que alimenta las conciencias febriles de los actorzuelos de telenovelas) y sabe que su suerte se juega, cada día, en su tendencia a la grandeza y no a la mezquindad. Llegará el momento en el que algún asesor presidencial comprenda que nunca es bueno dispararles cañonazos a los mosquitos: sobrevivirán, aun con la tierra arrasada.

Buenos Aires no es una ciudad cualquiera, sino la sede del Gobierno nacional: transformarla en Bosnia no le hace bien a nadie, salvo a los voraces embalsamadores de la dinastía K.