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Los nombres y su influencia

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En el origen de todas las civilizaciones hallamos la creencia de que otorgar un nombre concede poder a quien lo recibe, determinando su destino y posibilidades; tanto es así que en Oriente, por ejemplo, se recomienda cambiar de nombre a partir de cierto grado de evolución personal. Entre los hebreos, todo cambio importante del destino debía ir acompañado de un cambio de nombre. En la Biblia, Dios cambia de nombres cuando muta el destino: Abram (padre del pueblo) se transforma en Abraham (padre de las multitudes); y lo mismo sucede con Saray, que para ser fecundada debe transformarse en Sarah, y con Jacob, que al vencer al ángel de Dios se convierte en Israel. Los ejemplos siguen hasta llegar a la actualidad, en el seno mismo del catolicismo, donde al ser ordenado Papa el hombre debe abandonar su propio nombre para aceptar otro más acorde a sus nuevas funciones y prerrogativas. De ahí la importancia de elegir cuidadosamente el nombre que habremos de imponer a un neonato, por la sutil influencia que puede éste ejercer sobre su carácter y destino, ya que, aunque cueste aceptarlo, el nombre moldea la personalidad a lo largo de la vida.

En el libro I nomi: il suo significato e la sua influenza sul carattere e il destino (Venecia, Edizioni del Ruzante, 1995), Tonino Cambell nos dice: “En los hermanos, que lógicamente deberían ser iguales al descender de los mismos progenitores, siempre existen notables diferencias, y éstas no pueden sino deberse al nombre impuesto a cada uno de ellos.” Suena exagerado y simplista, pero lo cierto es que, por experiencia personal, descubro que Carmen posee una natural autoridad y una gran fuerza de persuasión, se muestra afectiva e idealista en el terreno sentimental y, si peca de algo, es de ser demasiado exclusiva y de no sentirse nunca plenamente satisfecha; Manuel es independiente, seguro de sí mismo, busca el placer, pero sin olvidar el trabajo bien hecho; Josefina es emotiva, sensible, nerviosa y soñadora, pero siempre que ello no vaya en detrimento de su libertad personal, lo cual afecta también su actitud amorosa, que se debate continuamente entre la sensibilidad y el pudor; Eduardo tiene una personalidad tranquila, paciente y amable. Es sensible a los sentimientos de los demás y responde con simpatía y tacto al sufrimiento ajeno. Guillermo tiene un carácter cariñoso y no supone una amenaza para casi nadie. Nunca toma la iniciativa a la hora de resolver un problema, y cuando lo hace, el problema deja de ser tal. Pero cuando emigra a Italia, Guillermo se convierte en Memmo, y entonces deja de respetar las convenciones así, por las buenas, y se retira en un mundo donde los únicos beneficios que pueden aportarle sus capacidades están en los sueños. Es por eso que, si quiere volverse rico, a Guillermo le conviene quedarse acá.