Y nos cayó encima el invierno. Era hora. Tuvimos una primavera extemporánea con calorcito y humedad y sopló el viento sur y henos aquí, en un espacio casi nictemeral, llenos de bufandas y sobretodos. Incluso quienes amamos el verano tenemos que admitir que no está mal, que es el orden natural de las cosas y que hay que apechugar con el tiritón. Hasta parece que hay nieve. No en Rosario, pero por allá por el sur y sin ir más lejos en los alrededores de Bahía Blanca, Tres Arroyos y demás. Lluvia, aguanieve, nieve, Navidad blanca; ay, no, perdón, eso es diciembre y Bing Crosby y yo de lo que quiero hablar es de la nieve. Allá por los años 60 nevó en Rosario y la gente salió a la calle dispuesta a jugar con copos de nieve y armar muñecos de nieve con sombrero de paja, ojos de carbón, nariz de zanahoria y una pipa en la boca. No pudo ser. La nieve fue efímera, se deshizo en agua y sólo nos quedó la nostalgia de algo que nunca tuvimos: el paisaje blanco en el cual esquiar, lanzarse en tobogán, viajar en trineo tirado por perrazos de hocico negro y ojos azules. Por lo visto la nieve no es para los rosarinos. Solamente la tenemos en el cine y en la narrativa. Ay, amigo Wallander, cómo serán tus días cuando soplan los vientos del norte allá arriba y hay que salir quieras que no porque alguien se cargó a un prójimo o a una prójima y vas a tener que dilucidar el asunto. Cómo serán los días de aquel colega noruego que me contaba que en invierno solía ir (esquiando) hasta su casa de campo y tenía que entrar por la trampilla del techo porque la casa estaba cubierta por la nieve invencible de varias semanas. Nos viene de refilón entonces el recuerdo de Tolstoi y con él el de sus hermanos de oficio y hurgamos en nuestra adolescencia cuando leíamos con fervor a Gogol, a Dostoyevski, a Turgeniev. La nieve no es para nosotros, pero la menta sí, y menta y nieve, espejos, cristal, lágrimas y champagne (sidra helada, si cuadra) se hermanan en un paisaje que puede ser que esté ahí afuera en donde lo blanco se junta en los intersticios pero que es más probable que esté aquí; aquí, ¿ve?, danzando entre el esternón y la garganta.