—Ahora tomamos aire, respiramos profundo –dice Aldana, la instructora de yoga, y espera unos segundos y luego continúa–. Ahora exhalamos.
—Estoy embolada –dice Moira, mi secretaria, que está en el pasto con las piernas cruzadas, siguiendo la clase de yoga.
—Sí, es un embole –agrega Bruno, mi director audiovisual, que también está en la clase de yoga–. Y encima está lleno de mosquitos.
—¡Yo traje repelente! –dice Leticia, mi gerenta comercial, elevando el tono de voz.
—¡Yo quiero! –dice Nahuel, mi asesor en redes sociales.
—Yo también, ¿me pasás? –agrega Matías, mi personal trainer, y se pone de pie. Moira y Lucas también se ponen de pie y Carla, mi asesora de imagen, aprovecha para sacar un celular y chequear su Whatsapp.
—¡Dijimos que celulares no! –me quejo.
—Fui muy claro al respecto –agrega Marcos, mi coach y encargado del lugar–. ¿No les pedí que dejaran los celulares en la puerta? Carla, pensé que lo habías dejado…
Carla baja la cabeza.
—¡Trajiste otro escondido! –exclama Marcos elevando el tono de voz bastante más de lo que sugiere el encuentro–. A ver, ¿alguien más trajo escondido otro celular, además del que entregaron en la puerta?
Todos se hacen los desentendidos, miran para cualquier lado. Marcos llama a Herminia, la señora que limpia.
—Herminia, por favor, recoja todos los celulares, no quiero a nadie con celular –insiste Marcos.
Herminia pasa con una bolsa donde cada uno deposita al menos un celular, algunos dos.
—Muy bien, ahora pueden seguir con la clase de yoga –dice Marcos.
—¡Hay muchos mosquitos! –se queja Moira.
—¿A qué hora comemos? –pregunta Bruno.
—¡Así no se puede! –se queja Marcos–. ¡Este retiro espiritual es un fracaso!
Me levanto y voy a hablar con Marcos a solas, a un costado.
—Te dije que era una idea un poco osada –digo.
—Así es como trabajan los buenos equipos que están haciendo cosas importantes por el país –se ataja Marcos–. Al Gobierno le va fenómeno con los retiros espirituales. ¿Por qué a Duran Barba le funciona y a mí no?
Siento que Marcos está angustiado, que siente que fracasó. Trato de consolarlo.
—No sé, tal vez deberías estudiar un poco mejor el asunto –sugiero.
—¡Estudié para esto! –se enoja–. Hice un curso en la fundación El Arte de Pasarla Más
o Menos Bien. No sé en dónde fallé.
—Tal vez en la elección del lugar –digo.
—¿Vos decís? Pero Victoriano Arenas es un club importante del ascenso…
—Claro, pero vos fijate la diferencia –explico–. El Gobierno hizo su retiro espiritual en Chapadmalal, con vista al mar. Y no te digo que esta vista al Riachuelo esté del todo mal, pero…
—¿Y qué querés que haga? –pregunta Marcos–. Tengo pocos recursos. Si al menos alguno de ustedes tuviera algunos millones en Andorra o en algún otro paraíso fiscal…
—Ni eso, ni bolsas en conventos, ni nada –agrego–. Igual, la vista al Riachuelo no está nada mal, eh.
—Te faltaría alguna enseñanza, como las que dio Macri –sugiere Marcos–. Algo contundente, que motive al equipo.
—¿A quién? –pregunto.
—Al equipo –responde Marcos–. No me digas que te sorprende que hable de “equipo”. Hoy, si no decís “equipo”, fuiste. En cambio, si decís “equipo”, medio que lo demás no importa.
—¿Incluso que trates más a tu empleada doméstica?
—Eso es algo que nunca tiene importancia –afirma Marcos.
—Mirá que el Papa acaba de condenar el maltrato a las empleadas domésticas –digo.
—¡El Papa dice eso porque está en contra del cambio! –exclama Marcos–. Y va a estar en contra de cualquier cosa que haga el Gobierno. En cualquier momento va a salir a condenar las cuentas en Panamá, las cuentas en Andorra, a recibir a los policías que fusilan por la espalda a los chorros que acuchillan a turistas estadounidenses o prohibir el uso de la camisa celeste.
—¿Entonces qué hago?
—Ya te dije, tenés que hacer como Macri: elegí una buena frase y motivá a tu equipo.
—No se me ocurre ninguna –confieso.
—Pensá un poco –insiste Marcos–. Macri dijo “el mar es inmenso y el submarino es pequeño”. Esa es una frase muy profunda, que te deja pensando.
Pienso un rato.
—Ya está, ya se me ocurrió –digo, finalmente–. Juntá al equipo que quiero comunicar algo.
Marcos junta a todo el mundo, arma una ronda en el pasto, y me acerco para hablarles.
—Querido equipo, quiero contarles algo –arranco.
Todos se miran, desconcertados.
—El pan dulce es inmenso, la pasa de uva es pequeña –digo finalmente.
Todos se quedan mirándome, más desconcertados aún.
—La playa es inmensa,
el berberecho es pequeño –agrego.
El desconcierto crece. Me empiezan a mirar de muy mala manera. Entonces arranco con varias frases seguidas.
—La espalda es inmensa, el forúnculo es pequeño. El estadio es inmenso, la pelota es pequeña. La promesa es inmensa, la letra es pequeña. La cabeza es inmensa, el piojo es pequeño. El pañuelo es inmenso, el moco es pequeño. La camisa es inmensa, la mancha de tuco es pequeña. La audiencia es inmensa, el micrófono es pequeño. El jardín es inmenso, el caracol es pequeño. La jarra es inmensa, los cubitos son pequeños.
Silencio total. Las miradas que me dirigen ya tienen una carga de odio profundo. Creo que no estoy logrando el efecto motivacional que buscaba.
—El dólar es inmenso, el peso es pequeño –insisto–. El arroz es inmenso, el camarón es pequeño. El estadio es inmenso, la pelota es pequeña.
—Eso ya lo dijo –me acota Herminia.
Por un momento me pongo contento, pensando que hay alguien que me está prestando atención. Pero no, no existen muchos motivos para ponerse contento. El equipo tiene bronca.
—¿A qué hora comemos? –pregunta Nahuel, mi asesor en redes sociales.
—En quince minutos va a estar lista la cena –dice Marcos–. Hay arroz yamaní con vegetales al vapor, sopa de tofu y de beber, té helado.
—¿Qué? –se queja Moira.
—¿No hay asado? –pregunta Lucas.
—¿Y el vino? –se suma Leticia, mi gerenta comercial.
—Mirá que rompemos todo, eh –amenaza Bruno.
Todos se ponen a gritar pidiendo asado y vino. Cuestionan la realización del retiro espiritual e indican un lugar de la anatomía adonde enviar las clases de yoga, el tofu, la relajación y el té helado. Marcos y yo salimos corriendo y nos escondemos detrás de unos árboles.
—Esto es un quilombo
–digo.
—Tranquilo, yo lo manejo –responde Marcos.
—¿Cómo? –pregunto, temeroso de que vengan a buscarnos para pegarnos.
— Muy sencillo: ahora los llamo a Zaffaroni y a Moyano y les digo que digan que esto es un caos y que así no se puede seguir –concluye Marcos–. Y ni te digo si dice algo Cristina, si es que se decide a volver a hablar. Los pibes para la meditación son buenos. Solo hace falta saber motivarlos. n