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crece el valijagate

Los piolines de un poder andrógino

En El banquete, Platón le hace decir al teatral Aristófanes que, primitivamente, había tres géneros humanos: estaban los varones, las mujeres y los andróginos, que no eran ni los unos ni las otras, sino una conjunción de ambos a la vez.

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En El banquete, Platón le hace decir al teatral Aristófanes que, primitivamente, había tres géneros humanos: estaban los varones, las mujeres y los andróginos, que no eran ni los unos ni las otras, sino una conjunción de ambos a la vez. Se trataba de seres muy fuertes unidos por los ombligos, con cuatro piernas y cuatro brazos, una sola cabeza y dos rostros mirando hacia cada una de sus espaldas. Eran literalmente bisexuales. Pero parece que Zeus no soportó semejante poderío y los separó partiéndolos con un rayo, tras lo cual encomendó a Apolo que les curara las heridas. Y Apolo –quien, según se desprende de este presunto relato aristofánico, no era un buen bicho– cumplió la orden tomándose una maliciosa licencia: dejó los atributos reproductivos de ambos semiandróginos en la parte trasera de sus cuerpos. Pasados tantos siglos, podría arriesgarse que, de haber tenido oportunidad de leer el Kamasutra, aquellos tumultuosos seres no se hubieran extinguido, tal como sucedió.
El término andrógino trascendió los tiempos, y sobrevivió hasta nuestros días queriendo definir a aquellos seres humanos que, siendo varones o mujeres, a simple vista no lo parecen. El lascivo Michael Jackson es, quizás, un claro ejemplo contemporáneo de lo que quiere decir andrógino, desde un punto de vista estético: fruto de semejante secuencia de cirugías, no parece caballero ni dama (tampoco negro ni blanco, además).
La androginia (que en su etimología contiene el andros masculino y el gyn femenino, siempre hablando en griego) se convirtió en un signo de la posmodernidad.
Néstor y Cristina Kirchner, quienes detestan el posmodernismo, hasta el 10 de diciembre nos habían prometido un cambio de poder directamente proporcional a sus identidades genéricas. Se suponía que íbamos a pasar de un estilo de ejercer el mando caracterizado por la virilidad y la autoridad machista de un caudillo más o menos convencional a algo inédito: a una gestión donde la indudable femineidad de ella iba a ir imponiéndose con el correr de las semanas, por algún lado y de alguna manera.
Es cierto que, en un sentido, podría afirmarse que CFK tiene ciertas características andróginas. Suele decirse eso (acaso con una clara intencionalidad antifeminista) de las mujeres emprendedoras, duras, difíciles de domesticar, algo mandonas y muy aptas para moverse en ámbitos hasta ahora predestinados a los varones, como la política. Pero debo confesar que aquel 10 de diciembre (y digo “aquel”, pese a que no queda tan lejos en el almanaque) me conmovió observar la firme ternura con que Néstor lograba sacar a su Cristina de cada situación que parecía estar quebrando su estabilidad emocional. Quise creer que, mucho más temprano que tarde, esas promesas de cambio sentimental se verían cumplidas.
El estallido del Valijagate en Miami lo complicó todo. Durante la semana que acaba de terminar (la segunda de la supuesta Era Cristina), Néstor dejó de ser el ex para volver a exhibir su modo de entender la autoridad y, como si fuera el verdadero jefe, cargó tres veces contra los Estados Unidos y, de paso, se metió en la interna sindical y en la politica de obras públicas, asumiéndose valuarte de la administración. Mientras ella bajaba el tono y se entregaba a impensados encuentros con cardenales y militares, él se sacaba la corbata y arremetía contra renovadas “conspiraciones” y “extorsiones”, de las que hasta hoy siempre salió ileso.
Kirchner (Néstor) actuó como actuó en estos días empujado por una situación límite. Porque el Valijagate es, también, una situación límite: ¿o esos US$ 800.000 empacaditos en una maleta clandestina no estarían marcando un inquietante límite entre la proclamada Patria Grande Latinoamericana y la ya confirmada caja chica pingüino-bolivariana?
El psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers sostenía que la muerte, la culpa, el azar, la enfermedad, el sufrimiento y la historicidad (o sea, el peso específico de la historia en cada uno) suelen colocar a los humanos ante situaciones límites. Y que estos reaccionan a ellas de acuerdo a sus valores esenciales. Salvo, claro, que no gocen de buena salud mental y eso los empuje a reaccionar de cualquier manera.
La cuestión es que Cristina reaccionó a lo Kirchner y Kirchner reaccionó a lo Kirchner: negando, atacando, apelando a un proceder judicial transparente que varias veces ellos mismos se ocuparon de denostar por inepto y subordinado al “enemigo”. ¿Cuál de las cuatro manos de ese poder andrógino maneja los hilos de la gran escena nacional?
Mientras este nuevo enigma se resuelve, démosle la palabra al mexicano Amado Nervo, que en uno de sus grandes poemas titulado Andrógino, dijo: “Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste, / infernal arquetipo del hondo Erebo, / con tus neutros encantos, tu faz de efebo, / tus senos pectorales, y a mí viniste. / Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste, / despertando en las almas el crimen nuevo, / ya con virilidades de dios mancebo, / ya con mustios halagos de mujer triste. / (...) Porque sabías mucho y amabas poco, / y eras síntesis rara de un siglo loco / y floración malsana de un viejo mundo”.