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REVOLUCION ORTOGRAFICA?

Los puntos sobre la i griega

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Cuando la Real Academia Española publica una obra normativa (un diccionario, una gramática, una ortografía), los diarios se apresuran a difundir la noticia y muchos lectores, según puede verse en los foros de algunos medios digitales, se apresuran a escribir que el tema no tiene importancia y a nadie le interesa, tras lo cual se enzarzan en apasionadas discusiones con la Academia, con el diario y con otros lectores que también han declarado que no importa ni interesa. Así ha ocurrido en estos días con el anuncio de la próxima publicación de la Ortografía de la lengua española y, aunque es grato comprobar que los dueños del idioma reaccionan con pasión cuando les tocan su propiedad, conviene avisarles que nadie se la está tocando. Y recordarles que una cosa es hacer cambios en el sistema ortográfico y otra hacer cambios en la lengua. Muchas quejas de estos días se basan en el error de confundir esas dos cosas tan diferentes. Otras se refieren al “imperialismo” o “colonialismo” de los españoles, sin advertir que hoy en día estas obras se publican juntamente con las academias “hermanas”.

Como expliqué en una nota anterior (“La obediencia debida”, del 14 de agosto), los hablantes hemos delegado en la Academia la tarea de perfeccionar el sistema ortográfico, no de modificar la lengua. La Academia acuerda cambios ortográficos continuamente y esos acuerdos se publican en su Boletín. También puede reunirlos en un solo texto, como las que todavía llamamos “nuevas normas”, de 1959, que recogen modificaciones de varios años anteriores. Y de vez en cuando reedita, actualizada, su Ortografía. Por supuesto, cuando aparece una obra así, al periodismo le interesan solamente las novedades y así da la impresión de que se está produciendo una revolución. En realidad, las modificaciones son paulatinas. Y es útil que la prensa las difunda (también sería bueno que las aplicara), pero que las difunda bien, porque a veces el público protesta por lo que sólo es una mala interpretación de los periodistas.

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Por lo poco que se ha podido saber de esta nueva Ortografía, hay algunos cambios muy acertados, como el reemplazo de la cu por ka o ce en palabras como Iraq, Qatar o quórum. A los que dicen que debería haberse consultado a los arabistas, o mencionan la ortografía latina, hay que decirles, por si no se dieron cuenta, que estamos hablando de palabras españolas. En el caso de otros cambios, más discutibles, como la supresión de la tilde en palabras como guión o truhán, que muchos pronunciamos en dos sílabas, o en el adverbio solo y los demostrativos, el periodismo debería haber aclarado que son sólo avances en reglas que ya tenían, en un caso, más de diez años, y en el otro, más de cincuenta.

Y hay un caso en el que, o bien la información está equivocada, o bien la equivocada es la Academia: la unificación del nombre de las letras. Porque un cambio de nombre no es un cambio ortográfico, sino un cambio en la lengua, y eso las academias pueden proponerlo pero no obligar a ello por decreto. Ya se intentó con el nombre de la i griega y fue en vano. Esta letra representaba en griego antiguo una vocal que no existía en latín. Por eso los romanos la usaron solamente para palabras de origen griego que tenían ese fonema (de ahí su nombre) y en español siguieron escribiéndose con i griega. Después, se comprendió que esas grafías ya no tenían sentido y se reemplazó por la llamada i latina (como vocal pura, quedó solamente en la conjunción y). Pero siguió usándose como consonante, por lo que se consideró apropiado darle un nombre de consonante: ye. El nombre prendió en algunos países, pero no en todos, y la Academia volvió al nombre antiguo de i griega. Sin embargo, ya fuera que prefiriera uno u otro, ésas fueron simplemente recomendaciones y en ningún momento la Academia pretendió eliminar el segundo nombre porque eso sólo hubiera podido hacerlo si los hablantes hubieran dejado de usarlo.

Quiero creer que ahora tampoco tiene esa pretensión, aunque hay algún académico que parece tenerla. El puertorriqueño de origen cubano Humberto López Morales ha dicho: “Se trata de buscar una ortografía uniforme en todo el ámbito de la lengua”. Lo que dice es verdad, pero no se aplica al nombre de las letras, sino a su empleo. No es la primera vez que he leído expresiones poco felices de este señor y, si un académico no es capaz de distinguir que el nombre no es una cuestión de ortografía sino de léxico, no podemos exigir claridad de conceptos al pueblo llano.


*Profesora en Letras y periodista [email protected]