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Los riesgos de la paleontología

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Todo lo que habíamos aprendido sobre los dinosaurios está mal. Las ciencias que administran el pasado son tan erráticas como los seudoconocimientos del futuro y hay tanta incertidumbre en la interpretación de los fósiles como en la astrología y las encuestas electorales. Como tengo un hijo pequeño, las lecturas obligadas en casa son de dinosaurios. Las nuevas ediciones actualizan la información que los padres habíamos leído siendo niños, unos libros muy tiernos en los que –ahora lo sé– todo estaba mal deducido. Resulta que el temible Tiranosaurio Rex ni era rex ni tan temible: el supuesto depredador se ha revelado como un tímido carroñero que mordisqueaba lo que dejaban los verdaderos reyes del pantano, por ejemplo los pequeños Deinonicos, u otras especies cuyos nombres nos eran desconocidos treinta años atrás.

Se me antoja que hay algo definitivamente paleontológico en el planteo que hace Mariano Pensotti en su obra Cuando vuelva a casa voy a ser otro. La anécdota es brutal y goza de tantas condiciones poéticas y narrativas que Pensotti parece haber dado con un aleph de situaciones, una máquina centrípeta de delirio y reflexión que –como en sus obras recientes– ha querido venir a refrescar de mil maneras la escena local y la internacional: la obra es coproducción con algunos de los mejores teatros y festivales de Argentina, Alemania, Bélgica y Francia. El suceso inicial es real, o lo parece: a fines de los 70, un militante entierra unos objetos comprometedores por si los militares allanan su casa. Cuando termina la dictadura, intenta recuperarlos pero ya no recuerda el lugar exacto del jardín de sus padres. Sí, el recuerdo es enterrado en el terreno de los padres, no en el de los hijos, el del futuro. Casi cuarenta años después, los nuevos dueños de la casa deciden hacer una piscina y encuentran sus cosas en prolijas bolsas negras. El hombre se enfrenta así al reconocimiento de esos objetos, esos cadáveres exhumados, desfasados de su yo, de su ahora y de su situación. La vuelta a casa es de por sí un shock. Pero además hay un objeto, uno solo, que no puede reconocer. Es un casete (esa invención tortuosa y extinguible, parecida al Diplodocus) con unas canciones impersonales, ni buenas, ni malas, ni explícitas, ni etéreas: el militante sobreviviente no reconoce ni la voz, ni el motivo de esta música, ni su destino. El hijo se obsesiona aun más que su padre por desentrañar el origen del enigma. El hijo es un director de teatro que ha tenido algún éxito descollante en el pasado y que luego –incapaz de reconstruir la singularidad de ese suceso– se ha extraviado lentamente en una profesión mixta y dudosa: la puesta en escena de actos políticos, el balconeo con luces y sonido, la arenga panchera y populista. La búsqueda de la explicación “real” del pasado es tan risible como emocionante. El argumento, que podría servir por sí solo para un poema del tamaño de un puño, o una película extensa como la vida, y hasta un ensayo contradictorio como la filosofía, deviene, en manos de Pensotti y sus magníficos actores, teatro puro: la convivencia amoral de los puntos de vista simultáneos (la mayor riqueza literaria del teatro) traza un laberinto de identidades y reflejos infinitos, una invitación a ese viaje imposible e irremediablemente imantado: el del conocimiento del pasado. El del control del escuálido futuro.

El libro de dinosaurios actualizado de mi hijo se hace una pregunta que me quita el sueño cada vez que llegamos juntos a esa página mientras la ciudad afuera se ha dormido hace ya rato: ¿de qué color eran los dinosaurios? El libro es tajante: es lícito imaginarlos de los colores que más nos gusten, ya que los fósiles no pueden ni podrán dar cuenta de ese dato. Así que son correctas (tanto como la vida del gato de Schrödinger) las reproducciones colorinches à la Disney. Pensotti ha sabido actualizar esa melancolía en una obra adulta, risible, extravagante, en la que se reafirma como uno de los creadores más originales de su generación a la vez que tiñe de palabras infaltables un procedimiento teatral que en otras manos podría haber sido sólo pose: revolución, amor, verdad.

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