Para la conmemoración histórica ha quedado que Mariano Moreno fue el primer periodista porque la fecha de fundación de la Gazeta de Buenos Ayres (7 de junio) se usó para instaurar el día del periodista. Sin embargo, el primero fue un español: Francisco Antonio Cabello y Mesa, quien el 1º de abril de 1801 lanzó el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata, primer periódico de Buenos Aires. Incluso antes que Moreno, deberían anotarse Vieytes y Belgrano, hacedores del Semanario de Agricultura, Comercio e Industria y del Correo de Comercio, respectivamente. Seguramente, todos ellos son, para la presidenta Cristina Kirchner, periodistas militantes a quienes no les tembló el pulso a la hora de convertirse en periodistas oficialistas. Sucede que la Presidenta volvió a hacer un uso político de la historia, como cuando citó mi libro “Sarmiento periodista” (escrito junto a Mercedes Sanguineti) para advertir: “Miren que Sarmiento cerró diarios”. Ayer, en el Día del Periodista, lanzó una serie de tuits en los que celebra que La Gazeta fue “el primer diario oficialista de nuestra historia”.
Hace doscientos años, todos los periódicos eran políticos u oficialistas. La Gazeta fue el periódico de la revolución en un tiempo en que no existía prensa autónoma y ser periodista era estar inserto en una lógica política. En esa época no había chances de tener prensa opositora y menos independiente, la que recién aparece en la segunda mitad del siglo XIX. La Presidenta pasa por alto que con el tiempo la prensa se autonomiza de la política y pasa a ser una herramienta de la sociedad, con un financiamiento autónomo y criterios propios escindidos de la lucha facciosa por el poder.
La Gazeta de Buenos Ayres salió a la luz el 7 de junio de 1810 y sobrevivió hasta el 21 de septiembre de 1821. Dirigido y redactado por Moreno, fue el órgano de propaganda a favor de la revolución. No fue un periódico independiente; no podría haberlo sido en tiempos de prensa política-revolucionaria. “Los pueblos yacerán en el embrutecimiento más vergonzoso si no se da una absoluta franquicia y libertad para hablar en todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades de nuestra santa religión y a las determinaciones del gobierno, siempre dignas de nuestro mayor respeto”, leemos en La Gazeta número 3, del 21 de junio. Detrás de esta aparente contradicción se esconden los desafíos de la época: el intento de instaurar nuevas libertades y a la vez consolidar un rumbo revolucionario. Ese rumbo no implicaba desafiar la “santa religión”. Ejemplo de ello fue lo que ocurrió con la edición del Contrato Social de Rousseau: la Junta accedió a publicarlo en La Gazeta de Buenos Ayres sólo cuando se hubo eliminado de la publicación original las críticas a la religión. Cuando Moreno integró la Junta, “consideró conveniente publicar una versión del Contrato Social en el que encontraban elementos valiosos para fundamentar la Revolución”. Pero, como nunca dejó Moreno de ser un devoto y un militante de su religión, suprimió todo lo que Rousseau había escrito sobre este tema por considerarlo un “delirante”. Es decir, censuró a Rousseau para no ganarse un conflicto con la Iglesia. El gobierno revolucionario abrió la libertad, pero a su vez la restringió a estrechos límites. En nombre del orden público, el Estado en formación buscó consolidar derechos individuales y crear canales para comunicar las luces, pero a la vez controló esos nuevos espacios. Más allá de ideologías e interpretaciones, no todo hecho puede traerse del pasado lejano a hoy linealmente. La Gazeta no se sostiene como ejemplo para defender las aspiraciones de controlar a la prensa libre del presente.
*Periodista e historiador, autor de Sarmiento periodista, el caudillo de la pluma.