COLUMNISTAS

Lousteau y Australia, la Argentina que no fue

Ayer el diario PERFIL publicó el plan que el nuevo ministro de Economía, Martín Lousteau, le envió a Cristina Kirchner antes de que renunciara Peirano, su predecesor. Hay una tesis tácita en ese escrito: que para combatir la inflación, como para otros problemas económicos de la Argentina actual, es necesaria mayor inversión.

|

Ayer el diario PERFIL publicó el plan que el nuevo ministro de Economía, Martín Lousteau, le envió a Cristina Kirchner antes de que renunciara Peirano, su predecesor. Hay una tesis tácita en ese escrito: que para combatir la inflación, como para otros problemas económicos de la Argentina actual, es necesaria mayor inversión. Contiene varias propuestas novedosas: crear un fideicomiso donde se vayan depositando los pagos que se deberían hacer por la deuda con el Club de París, enviando así una señal inequívoca a los inversores extranjeros de que esa deuda se comienza a pagar y, a la vez, sacando la presión de una negociación apurada. Pagarle a los holdouts (la deuda externa que el Estado no contabiliza de aquellos que no aceptaron la quita) a cambio de que realicen nuevas inversiones en el país; subir la tasa de inversión del 21% al 26% del PBI, y dejar de considerar sólo el dólar como referencia para fijar un tasa de cambio competitiva y reemplazarlo por una canasta de monedas como hace Australia (sic).
La sola mención de Australia dispara la imaginación. Australia es un significante para la Argentina. Es su comparación natural porque comparte con ese país la vastedad de su territorio, en un hemisferio sur rodeado de agua, distante del resto del mundo y dentro de un clima templado, además de habitado por una moderada cantidad de población compuesta por una amplia mayoría de inmigrantes europeos.
Entre 1850 y 1930, cuando las relaciones internacionales estuvieron caracterizadas por una economía abierta y de libre intercambio, Australia y Argentina compartieron parejos grados de desarrollo y un similar optimismo por su futuro. En el caso de Australia, con una riqueza mineral un poco más importante, y en el caso de Argentina, con una riqueza agraria un poco mayor, pero ambos países con sectores productores de materia primas con un papel muy destacado: Australia es uno de los mayores exportadores de carne vacuna, el tercero de lácteos, el primero de lana y el segundo de trigo. Australia integra, junto con Argentina, el Grupo Cairns, el puñado de países que representan el 30% del comercio global agrícola que lucha en el GATT y la Ronda Doha por un comercio mundial libre de subsidios.
El sistema parlamentario australiano, a diferencia del presidencialista argentino, le permitió a ese país soportar la crisis del ‘30 sin quebrar su sistema democrático. A pesar de esa gran diferencia, hasta fines de los años 60 las tasas de crecimiento de Australia y Argentina todavía resultaban comparables; incluso el Producto Bruto medido en función del poder adquisitivo de la Argentina todavía era levemente mayor que el de Australia.Pero ya se comenzaban a percibir las consecuencias de un sistema de relaciones internacionales estable, en el caso de Australia, versus el de la montaña rusa de nuestro país.
En los ‘70, la polarización ideológica de la Argentina llega al paroxismo, y desde entonces las continuas divisiones y enfrentamientos conducen a una política taquicárdica, que quizá explique tanto como los errores económicos, la causa de nuestro retraso. Durante los ‘70 y ‘80, mientras esta nación se desangraba en sus heridas, Australia fue el segundo país de mayor crecimiento del mundo –6% por año durante veinte años–, sólo superado en esa época por Corea del Sur. La consecuencia se puede medir en el Indice de Desarrollo Humano, que a principio de los ‘70 era de 7 para Australia y 18 para las Argentina, y hoy es de 3 y 34 respectivamente.
El sistema político australiano es distinto: practican la democracia desde antes de su independencia, y quizá ahí resida la mayor diferencia con nuestro país. Con sólo semanas de diferencia con Argentina, el próximo domingo Australia tendrá elecciones para elegir su jefe de Estado (allí es el Primer Ministro). Compiten el partido Conservador, actualmente en el poder con su ministro de Economía, Peter Costello, como candidato y el del partido Laborista, con Kevin Rudd al frente. La agenda política también es otra; se parece a la de España en sus últimas elecciones presidenciales: la discusión se centra sobre el retiro de tropas de Irak. El resultado también promete ser similar al español: los sondeos indican que ganará el laborismo en contra de la guerra. Y fueron los laboristas quienes en los años 80 liberaron el comercio, desregularon el mercado y redujeron la intromisión gubernamental en la economía, medidas en las que coinciden con los conservadores, con quienes se alternan en el poder.
Si Irak marca hoy las diferencias políticas, ¿será porque tienen solucionados todos los otros problemas? No, Australia no integra la Unión Europea, y también tiene disparidades en la distribución del ingreso, más notorias entre los centros urbanos y las zonas rurales del interior, y como no cuenta con una tasa de ahorro suficiente, precisa de la inversión extranjera para seguir creciendo. Un ejemplo es el Coeficiente Gini, que mide la equidad en la distribución de riqueza, que para Australia es 35, bastante peor que todos los paises del Este europeo (el de Argentina es aún peor: 52).
Sin embargo, su economía resultaría un edén para un argentino: hace 15 años que crece a un promedio del 4%; sin inflación (por debajo del 3%); con un dólar que sigue costando lo mismo que en 1991 –1,10 de la moneda local–; su deuda de 23 mil millones de dólares es insignificante para su Producto Bruto, que es cuatro veces mayor que el de Argentina (el doble medido sobre poder adquisitivo); y, con menos habitantes, alcanza un ingreso per cápita de más de 30 mil dólares anuales; ligeramente menor que el de Francia, Inglaterra y Alemania.
Pero, nuevamente, estos ratios económicos no surgen de un repollo, sino que –en parte– son la consecuencia de un sistema democrático estable de orientación política liberal al estilo de Inglaterra. El período de gobierno es de tres años; las últimas elecciones fueron en octubre de 2004, pero el Primer Ministro puede llamar a elecciones adelantadas en cualquier momento (por ejemplo, una crisis como la de nuestro 2001 hubiera derivado en un llamado anticipado a elecciones). Los votantes eligen a los integrantes del Parlamento –hay dos cámaras, senadores y diputados–, y los diputados eligen al Primer Ministro.
Su sistema jurídico se basa en los principios de equidad procesal, antecedentes judiciales, no retroactividad de la legislación y separación de los poderes que brinda una sólida, estable y transparente estructura institucional que otorga certidumbre y previsibilidad para la planificación empresaria y la inversión que ella requiere. Por ejemplo: la mayoría de las inversiones extranjeras en Australia no requieren autorización, y es uno de los lugares más fáciles del mundo para la instalación de una empresa porque los trámites administrativos demoran sólo dos días, el IVA es del 10% y no hay impuesto a los sellos. Su sistema financiero no quedó estigmatizado como el argentino tras el 2001: la bancarización de su población es del doble que la nuestra y sus fondos de inversión son los cuartos mayores en el mundo. El sector financiero en su conjunto es uno de los máximos empleadores del país, y los servicios agrupados son responsables de tres cuartas partes del PBI de Australia, a pesar de la fuerte incidencia que tiene la producción de materias primas, que generan el 50% de sus exportaciones.
O sea que es una economía moderna, basada en la producción, distribución y uso del conocimiento de un población altamente instruida con una flexibilidad laboral muy alta, sin que esto genere desocupación (en 2005 fue de sólo 5%). Son innovadores, competitivos, individualistas, emprendedores y altamente productivos, lo que les permite tener sin temores una de las economías más abiertas del mundo. Las industrias de la información y comunicación son uno de los fundamentos de su crecimiento económico: la proporción de éstas en el total del Producto Bruto los colocan décimos en el mundo.
Se podría seguir con tantos párrafos como el espacio permitiera, pero este último está reservado para un deseo: que el Gobierno comprenda que parte de nuestro retraso se debe al divisionismo, de derecha e izquierda, y también al del campo y la industria, servicios o producción, y tantas otras polaridades que evidencian nuestro peor defecto: la agresividad.