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Love my tender

Tengo con lo que escribo la misma relación que tienen los swingers con sus parejas: me encanta que los agarre otro y haga lo que quiera.

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Tengo con lo que escribo la misma relación que tienen los swingers con sus parejas: me encanta que los agarre otro y haga lo que quiera. Me aburren esos escritores que están encima de los que adaptan o ponen en escena sus libros. Replicar exactamente en otro formato lo que alguien ya escribió es abominable, igual que la cópula y los espejos, como escribió hace ya mucho mi amigo Jorge Luis.

Hace un año, en la cocina de la casa de Gastón Gaudio, escribí en dos noches una obrita que se llama Luis Ernesto llega vivo. Escribo “teatro” sin didascalias, como si fuera un largo poema con muy pocas indicaciones.

Me gusta pensar la obrita como un largo tendido, un tender, donde los actores y el director ponen sus ropas que se le canta.

Mi amigo Alejandro Lingenti leyó Luis Ernesto y se entusiasmó con ponerla en escena. Lo hizo y quedé maravillado con su trabajo y con el de los actores del elenco. Ellos tomaron la obrita e hicieron un cover mortal.

Cuando termina el espectáculo la gente sale conmovida: algunos porque no entendieron nada y sufren por haber tenido que pagar por ese bodrio y otros porque saben que Luis Ernesto…apenas llega vivo y eso los emociona.

Félix, un amigo mío y del director, lo increpó a este último en una cena posteatro: “Vos y Casas se hacen los vivos haciendo una obra que no se entiende nada. No sé cómo te dejaste llevar por la oscuridad melancólica de Fabián”.

Cuando escribí el guión de Jauja también me acusaron de que no se entendía nada. Mi pareja de ese momento, me dijo: “Vas a destruir la carrera genial de Lisandro Alonso”.

En fin, si existe una lectora o un lector que está leyendo esto, lo invito calurosamente a ver en El Extranjero, los lunes a la noche, Luis Ernesto llega vivo. Quedan cinco funciones.