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Love, Nick

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| Cedoc

La nueva normalidad de Barcelona me preocupa. El Festival Grec peligra: los rebrotes obligan (¿sí?) a cancelar espectáculos. Los colegas se quejan mancomunadamente: ¿por qué están las playas abiertas y atestadas y los teatros (incluso el Grec del Montjuic, al aire libre) deben cerrarse por precaución? ¿Por qué hay programas de chimentos y no ficción en la tele? La vara con la que se miden las cosas busca una unidad métrica universal que se las trae: ¿qué actividades humanas son esenciales? 

Mientras todo el mundo en el encierro se aferra a películas, canciones, libros o youtubers, a la hora de los bifes los artistas nos hemos visto ridiculizados como no esenciales. Al menos para trabajar. Pero así como tomar el sol es esencial para chupar vitamina D, ahora deberemos salir a argumentar que reunir humanos en torno a algunas cosas es no solo bueno, sino también bastante esencial. Qué pereza; hasta hace unos meses abogábamos por defender un arte local que nos interpelara; ahora corremos diez casilleros atrás y explicamos algo más básico: verse en vivo, sin pagar licencias de zoom, es esencial.

Nick Cave, como se sabe, contesta mensajes de sus fans en su página The Red Hand Files. El otro día, un espectador le escribía: “Me encanta tu música y su capacidad de vincularse al sufrimiento común. ¿Pero no mirás a veces tu antología, retrospectivamente, para concluir que te hubiera gustado ser más explícitamente político, refiriéndote al activismo concreto con tu arte más que a la política per se?”.

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Nick replica: “Quizás lo que más te gusta de mis canciones es que son conflictuadas, que abundan en incertidumbres y ambigüedades. Mis mejores temas parecen tener que ver con una lucha interior entre puntos de vista o estados de ánimo antagónicos. Raramente se asientan sobre algo. Mis canciones se alojan en ese espacio liminal entre los puntos de vista prefijados. Las canciones con agendas políticas habitan un espacio diferente. Les tienen poca paciencia a los matices, la neutralidad o la imparcialidad. Buscan transmitir el mensaje de la manera más clara y persuasiva posible. Puede haber gran valor en este tipo de canciones, pero suelen brotar de una combinación particular de celo y rigidez, cosas que yo personalmente no poseo. Mis canciones parecen resistentes a puntos de vista fijos e inflexibles. Tienen, como bien decís, una preocupación por el sufrimiento común, no el jerárquico. No andan en el negocio de salvar el mundo sino más bien en el de salvar el alma del mundo”.

La carta sigue, tan respetuosa como bella; tan bella como innecesaria, ¿inesencial? Y firma: “con cariño, Nick”.

¿Es efecto de la pandemia que los artistas deban explicar si prestan su arte a la difusión didáctica de lo que es correcto, a ser voceros del sentido común? ¿Es su culpa que el sentido común ande hecho pedazos?

Así heredaremos, muy pronto, un mundo sin alma. Que no nos pase.