Estuve una sola vez en Pinamar hace años y me gustó mucho. Parece que de ahí en adelante ha cambiado un montón, que durante el menemato fue punto de atracción para los hombres y mujeres cercanos al poder y que de ahí en adelante las cosas fueron empeorando: hasta tengo amigos que tienen casas pero las alquilan y se van a otra parte. Y ahora para colmo resulta que el señor Roberto Porretti ¿todavía? intendente de Pinamar figura en videos que lo muestran pidiendo coimas para no cerrar los boliches del complejo Ku/El Alma. Claro que una puede bañarse en el proceloso (y frío) mar del lugar y tomar solcito sobre la arena dorada a pesar de los chanchullos ya casi totalmente probados de los funcionarios. Y por otra parte, ¿estamos o no estamos acostumbrados a que pasen estas cosas bajo nuestras narices y nuestra paciencia? Lo estamos, gracias a servilletas y cámaras ocultas y gente que esconde sus patrimonios y otras argucias por el estilo. Lo estamos y nos escandalizamos y meneamos la cabeza con desgano y a veces sucede algo que nos estimula y en general no sucede nada más. Parecería que acá va a suceder. El señor Porretti no encuentra un suelo duro sobre el cual asentar sus pies y más bien resbala sobre un barro casi líquido que lo va a llevar al ostracismo político si no me equivoco, que en estas cosas una corre ese riesgo, el de equivocarse fiero nomás. Pero lo que a mí me llama la atención, tanto aquí como en otros muchísimos casos, leves, graves y muy graves que hemos contemplado, es la disposición de las personas, de algunas personas, a caer en el proceder deshonesto y, digámoslo de una vez, en el delito. ¿Cómo decide alguien ser deshonesto y no honrado? ¿Se frota las manos mientras sonríe con sarcasmo y le dice a su mujer o a su marido “Mi amor, nos vamos a llenar de guita haciendo esto y lo otro y lo de más allá a costa de los chauchones que lo único que saben es portarse bien”? ¿O va cayendo lentamente, hoy aceptando un relojito de morondanga por un favor que le hizo a alguien y mañana metiéndose en el bolsillo unos pesos que le paga alguien a quien le permitió drogas sexo & rocanrol en un negocito que parecía un kiosco de gaseosas y chocolatines? ¿Y ya pasado mañana llamando a su despacho (al que accedió a fuerza de relojitos, pesos y otras aberraciones) a comerciantes y empresarios y diciéndoles o se ponen con un par de millones o les cierro las fábricas, los negocios, las distribuidoras, lo que sea? En tren de imaginar cosas, me acuerdo de nuestra María Julia y sus desdichadas actuaciones públicas. No, el asunto del saco de piel sobre únicamente su piel me parece una tontería. Má sí, que se fotografíe como se le dé la gana. Pero después están los temas del petit-hôtel, del aumento de su riqueza, de la limpieza del Riachuelo, y ahí sí que no lo tomo como tontería. Bueno, ¿qué hizo?, ¿cómo lo hizo? ¿Dijo en vez de pasar a la historia como una funcionaria eficiente y cumplidora voy a pasar como una chanta que se robó todo y no hizo nada? Aia, y me repito, ya sé: ¿cómo se hace para decidir eso? ¿No es mejor y más satisfactorio y más feliz, f-e-l-i-z, decir quiero que me recuerden como a una persona íntegra, honesta y bienintencionada? ¿No es mejor dejar una huella impoluta en el mundo en vez de un rastro de barro y mugre? Claro, la diferencia está en la pila de millones que tenés en los bancos de los paraísos fiscales. Ahora, lo que no sé, lo que tampoco sé, es si vale la pena. Parecería que sí. Para algunos o algunas, por lo menos. Ultima pregunta: ¿por qué no son los honestos, eficientes y bienintencionados los que ocupan los sillones de caoba labrada y los despachos con boiserie y moquette persa? Ajá, sí, utopías, sueños irrealizables. Una lástima.