Se ha hablado mucho del burdo machismo imperante en el programa de Marcelo Tinelli: que a tal le cortó la pollerita, que a cual la cosificó gravemente, etc., etc., etc. Por lo que vi, que no es mucho, abunda allí por cierto la oferta en espectáculo de los culos y las tetas de mujeres de diverso tenor, aunque no escasean, a la vez, los torsos torneados y los bultos notorios de algunos muchachos igualmente expuestos a la teleaudiencia multitudinaria con la excusa de la danza. Puede que haya en todo eso una reducción de personas a objetos, no digo que no, pero está en cualquier caso mejor distribuida que, por ejemplo, en los programas de Olmedo y Porcel, hoy por hoy homenajeados en la calle Corrientes con estatuas de agudo verismo.
Me ha llamado la atención, por eso mismo, que haya pasado bastante desapercibido un episodio fuertemente machista que sucedió en “Bailando por un sueño” hace ya unos cuantos días. Consistió en lo siguiente: hostigaban entre varios a Pampita Ardohain (el “Bailando…” es un programa de bullying) y ella, mortificada hasta la inminencia de lágrimas, le reclamó al conductor que, siendo un hombre, no podía permitir que se maltratara así a una mujer.
Como estamos en plena lucha contra los estigmas del patriarcado, no podemos dejar de advertir las estrategias más o menos solapadas con las que el patriarcado contragolpea y recupera espacio. Pululan, de hecho, y en cantidad, figuraciones de mujeres desvalidas, pasivas, inertes, mujeres una y otra vez a merced del hombre (que la tiene que proteger, o hacer respetar, o mantener económicamente: maneras diversas de ratificar su subalternidad). Hay más machismo, a mi criterio, en Pampita pidiendo que un varón la defienda que en Pampita chapoteando con el culo al aire bajo la coartada del aquadance. Que en un caso no se lo perciba y en el otro sí, es parte del asunto que tenemos entre manos.