Aún sin consumirse los cien días de luna de miel, los abucheos durante el discurso en la apertura del Congreso, la ostensiblemente esquiva recepción del Papa en Roma, la caída de diez puntos de aprobación a la gestión de gobierno que reflejan las encuestas durante febrero y los reclamos de los gobernadores peronistas a cambio de apoyar leyes con sus legisladores comienzan a indicarle a Macri que su declamada felicidad para todos era sólo un eslogan de campaña. El litigio y el desacuerdo son estructurantes de la politicidad: una cosa es la grieta como exacerbación de las diferencias y otra, las reales diferencias producto del conflicto de intereses sobre lo escaso, siendo la inflación y esta segunda ola de remarcaciones uno de sus tantos síntomas.
Emoción vs. sentimiento. En la última campaña electoral, ya sea gracias al budismo o a Duran Barba, Macri pudo vencer el frío desapego que se le percibía al iniciarse en la política y abandonar la apatía de heredero distante, casi indolente, que a veces se traducía –quizás equivocadamente– como haragán o poco comprometido.
El hoy presidente pudo superar su “apagada sensibilidad” y recorrer lo que en el gráfico que acompaña esta columna refleja el vector de “Socialidad” entre los polos apatía y empatía. Macri logró conectarse con los demás y desarrolló la capacidad que permite la participación afectiva con la realidad ajena para poder ir más allá de sí.
Pero ligado al mismo campo afectivo hay otro vector, el de la “Politicidad”, cuya polaridad se constituye entre simpatía y antipatía y donde no hay espacio para la indiferencia, el no contacto o la pobreza vincular –como es en el caso de la apatía–, sino que siempre se generará un sentimiento amigo-enemigo. En politicidad el conflicto se ubica en primer plano.
Los conceptos de empatía y simpatía muchas veces se confunden porque ambas palabras comparten su origen: empatía es “padecer en” y simpatía es “padecer con”. Pero la empatía es la capacidad de poder comprender estados anímicos de los demás mientras que la simpatía es poder resultar agradable a los demás.
En el libro Semiótica de las pasiones, los lingüistas Algirdas Greimas y Jacques Fontanille sostienen que mientras la empatía y la apatía regulan “la capacidad de establecer lazos o simplemente ignorarlos –y en el límite, destruirlos–, el vector simpatía-apatía, afín a la lógica del amigo-enemigo, remitirá en cambio a la politicidad, es decir a la conformación de grupos en base a la afinidad o la confrontación”.
En la construcción política también hay que prestar atención a la diferencia entre emoción y sentimiento. La emoción se representa como algo subjetivo mientras que el sentimiento es vivido de forma objetiva. Un sentimiento es algo de mayor intensidad, que al tener duración y profundidad permite construir un relato porque su longitud habilita la sintaxis. La emoción, por ser más fugaz, dificulta la narración. Esto lo saben los expertos del teatro, que combinan ambos elementos en sus tramas.
Por ejemplo, la velocidad de la comunicación digital es más adecuada para transportar emociones que sentimientos. Pero las ideologías son sentimientos. Como el PRO descree de las ideologías, compensó su falta produciendo emociones y apeló no sólo al perro Balcarce, el baile y los globos sino también a Juliana Awada y su hija Antonia. Las emociones sí se pueden generar rápidamente. Al revés, los sentimientos, de maduración lenta, resultan una construcción más difícil para un partido nuevo como el PRO.
El padre de la sociología, Emile Durkheim, imaginaba la sociedad precisamente como un haz de sentimientos que enlaza a los distintos componentes, cohesionándolos. La simpatía es el alma de todas las pasiones y la encargada de acercar y alejar a los otros. En el ensayo “La socialidad y la politicidad en Hegel y Husserl”, la profesora de la Universidad de Torino María José Rossi escribió: “El par simpatía y antipatía organiza el espacio social de modo tal que en él se tejen acuerdos y se esbozan antagonismos” componiendo “una cartografía en la que se trazan fronteras, exclusiones y afinidades”.
La empatía es la comprensión de la subjetividad del otro desde el propio comportamiento en circunstancias similares, pero compartir la perspectiva de ese otro no implica la pérdida de la propia subjetividad. La simpatía, en cambio, compromete la identidad porque el sentimiento está dentro de la propia persona y el otro pasa a ser parte del sí mismo. Lo mismo su opuesto: la antipatía es vivida como una negatividad ante una falta de respuesta del otro a una demanda del yo.
Esa negatividad en el terreno personal se expresaba en las encuestas como imagen negativa o el “nunca votaría por”. Y fue eso lo que Duran Barba contribuyó a bajar en Macri cuando, al comenzar su carrera política, era altísimo. Parte de ese trabajo de cambio de imagen se apoyó en la desideologización y el mensaje de felicidad y anticonflicto de la campaña del PRO.
Ahora, el ejercicio del Gobierno inevitablemente irá volviendo a levantar la imagen negativa de Macri en una parte significativa de la sociedad: es el karma de todo presidente. No habrá budismo ni Duran Barba que pueda trasladar la misma mejora que Macri consiguió en el par empatía-apatía con dedicación, disciplina y años, en la polaridad simpatía-antipatía. Gobernar es otro arte.