Firmaron el armisticio antes de empezar la guerra. Raro epílogo para una puja de dos, Gabriela Michetti y Horacio Rodríguez Larreta, a la que aún le faltan varios días para determinar el candidato a jefe de Gobierno porteño del PRO (domingo 26), el seguro alcalde en un par de meses según las encuestas. No hubo batalla entonces, menos un debate como lo pregonaba TN, tampoco fue determinante la exposición de los pupilos macristas (que fue grabada con anticipación para evitar sorpresas espontáneas). Más bien hubo un relato sobre las excelencias del gobierno municipal de Mauricio, tal cual lo hubieran hecho los asesores de Cristina. Lo que prueba que la propaganda es única, ineludible, cautivante de la vanidad humana.
Jugaron al empate escandalosamente. Como si lo hubiera ordenado el finado Julio Humberto Grondona. Ambos postulantes debían proteger a quien ya había perdido antes de la convocatoria, Mauricio, quien no suma si ganaba Rodríguez Larreta y, menos, si la victoriosa era Michetti. Como no podrá hacerlo el otro domingo, cuando le levante el brazo a uno de los contendientes.
Autocondena. Se ha encerrado en un laberinto al que se condenó por su cuenta y riesgo en los últimos veinte días, al intervenir como influyente en la interna favoreciendo a uno, castigando al otro, desatando ávidos demonios entre sus propias moscas porteñas –que particularmente se excitan al imaginar el dulce de leche– y presumiendo que hasta puede someter a su arbitrio patronal la reflexión de un técnico afirmando sin explicaciones que el cepo se libera en 24 horas. Como se saca una muela. También así parece la Presidenta, haciendo docencia económica por cadena.
Por si todo esto no fuera suficiente para la migraña personal, el acuerdo con Ernesto Sanz y Elisa Carrió tampoco generó un aluvión colectivo (en Córdoba el radical acaba de tejer, eso sí, una coalicion interesante).
Mientras Cristina, Scioli, incluso Sergio Massa, reúnen voluntades en oferta, Macri se complicó en dividir su propio partido con el litigio Gabriela y Horacio. Más una necedad que una imprudencia. Y a niveles de violencia nunca observados en el PRO.
Pudo más la pasión por la autoridad, el temor del fin de ciclo –para él en la Ciudad y para Cristina en el orden nacional– que el propio interés partidario de ampliarse bajo la estrategia básica de “un paso atrás, dos adelante”.
Optó por el desenfreno repentino de Jaime Duran Barba, atacando a la Michetti como desaconsejan las Escrituras y descalificando, por ejemplo, a Federico Pinedo por viejo. Cuando él, claro, es más viejo que Pinedo.
Algo debe tener este experto en comunicación con la vejez, merecería estar con los parricidas de La Cámpora: también se opone a que Carlos Reutemann, otro viejo, vaya de número dos en la fórmula con el ingeniero boquense.
Sin globos. Igual pudo Macri desinflar la controversia, convertir el presunto debate en monólogos insípidos, banales, guionados, falsamente amistosos (si la Michetti es alcalde, a Marcos Peña habrá que buscarlo en una repartición diez metros bajo tierra, el mismo lugar para Guillermo Montenegro si le corresponde el Ayuntamiento a Rodríguez Larreta).
No hubo entonces, por conveniencia tardíamente advertida, ni un mínimo enfrentamiento como las partes habían insinuado, menos el zafarrancho de la Michetti por ventilar anomalías, negociados, preferencias, obsesiones: de la patria ladrillera e irregular en manos del álter ego económico del intendente, Nicolás Caputo, a los ventajosos convenios por la expansión del juego que ejercita el empresario Cristóbal López gracias a la incotizable persuasión de Néstor Kirchner en su momento.
Sólo se permitió la dama cuestionar a su rival por su publicidad de gestionador, en detrimento de sus propias habilidades, y mencionar la palabra “juego” como mayor ofensa. Pareció poco ante contratos, monopolios, concesiones, controles, todo sospechado. Mientras, un Rodríguez Larreta impávido no percibía un ligero handicap a su favor en la aparición televisiva: si bien es conocido su nombre y parte de su figura (él mismo se reconoce pelado, petiso y peludo), en general la audiencia lo ve pero no lo registraba, como si fuera invisible.
Quizás algo cambió en esa observación, ahora tal vez se note, y no por la picardía de haber elegido a Diego Santilli en su binomio: le arrebató a la disidente Michetti a uno de sus amigos más entrañables, desde cuando en otro período de la vida ella no estaba en pareja y él deshacía su matrimonio para luego casarse con una modelo. Casi una traición el pase.
Es que el poder está a la vista, por lo menos en la Capital. Allí hay reparto. Otro interrogante, en cambio, es la cercanía o no de Macri con el poder nacional, con alcanzarlo en el resto del país, ya que la abrumadora mayoría de los votantes no parece semejarse al Festilindo que asistió al auditorio del canal como apoyatura más física que intelectual de los dos candidatos. Todos en apariencia del mismo colegio, del mismo barrio, del mismo nivel social.
Si se piensa que ése es el electorado general, Macri otra vez se habrá equivocado.