Más allá del repunte económico, es preocupante que se haya “escurrido” de la agenda política general del país desde hace un tiempo lo que cabría llamar la macroeconomía del desarrollo.
Clarifiquemos. La macroeconomía persigue un encuadre, bastante agregado, de las variables básicas de la economía –tipo de cambio, moneda y tasas, crédito, sector fiscal, política de ingresos–, buscando satisfacer objetivos esenciales en materia de expansión, empleo, estabilidad de precios y posicionamiento externo.
Aquélla le da un marco a la operatoria más microeconómica –aunque a la postre “se rellena” de ésta– y ofrece un plafón a los aspectos más profundamente estructurales. Se trata de una esfera de mediación.
No es pues, sin más, la instancia “por la cual” podemos consumar nuestro desarrollo, emergiendo del subdesarrollo, con un todavía alto desempleo y con fuerte pobreza. Pero, claramente, es la instancia “sin la cual” no hay consumación posible.
En 2003(2002)-2007, una robusta fórmula de macroeconomía del desarrollo –el modelo competitivo productivo– instigó el lapso de altísimas tasas de expansión más largo de toda nuestra historia, como es asumido hasta por objetores del modelo. Se dio un shock productivo y de empleo.
La ruta de desarrollo exigía más lustros asociados a esa macroeconomía. Aquí, la continuidad es clave, como lo enseñan las experiencias exitosas. La pena es que esa continuidad se resintió.
Es esgrimible el golpe exógeno de la crisis mundial pero, finalmente, éste no es un dato definitorio.
Por el contrario, el quid es preservar la convicción pro desarrollo. De su mano, la micro se reforzaría al compás de la robustez macro, y ésta daría pie a políticas y reformas más hondas en lo productivo y tecnológico, incluso dando aire a esferas no económicas. Esa convicción, sin embargo, se edulcoraba aun antes de lo peor de la crisis mundial.
Si proyectamos el asunto en medio de la dura discusión política actual, ¿no ameritaría el tal esquema macroeconómico, por su rinde, contar con un consenso respecto a su médula, dejando, sí, abierto el debate acerca de los rasgos corregibles, pero siempre respetando a aquélla?
Algo extensible a los actores sociales y a sus nexos con los políticos. Lamentablemente, ciertos tópicos dominantes a nivel público perturban. Analicemos.
Por un lado, véase que la estrategia de desarrollo, si bien supone una mayor intervención relativa del Estado, aplica esencialmente fijando marcos y criterios prioritarios.
Bajo estas reglas de juego, hay un margen sobrio para la discrecionalidad.
Con este encuadre, es ocioso discutir la “propiedad empresaria” –salvo casos muy particulares y con motivos rigurosos– y en cambio lo crucial es su empalme con aquellos marcos y criterios. Lo molesto es que hoy impresiona como que el empalme vacilaría, avanzando la desconfianza mutua.
Alegando incumplimientos y excesos empresarios, y hasta por creerlo saludable, la intervención pública asomaría ahora más casuista, mientras parte importante del empresariado parecería “atrincherarse” sobre el derecho de propiedad.
Deberíamos superar esto. Sin aquel empalme, la opción del desarrollo sufre.
Otro bemol es la óptica estática del problema de la pobreza en la agenda general.
Al debilitarse el modelo desarrollista en el último bienio, el proceso de mejora social tuvo un freno. Y el tema de la pobreza, por su urgencia, se repuso fuerte.
Pero su combate cabal reside en la vía dinámica del desarrollo y del empleo auténticamente productivo. Un reciente informe de FIDE instruye al respecto.
El desarrollo debe, sí, integrarse con políticas asistenciales y distributivas, pero éstas, absolutizadas –visión estática–, alientan el círculo vicioso de la pobreza y el imposible asistencialismo infinito.
Recuérdese el dicho de Ragnar Nurkse: “Un país es pobre… porque es pobre”.
Hay más ejemplos. ¿Qué sería de pretendidos consensos duraderos sobre políticas y reformas sin la mediación de la macroeconomía del desarrollo? Sin ésta, esos consensos, el combate de la pobreza, más otros factores, serían como el hombre para Sartre: “Una pasión inútil”.
*Economista.