El paro de transportes de larga distancia obligó a suspender el partido de reservas entre Godoy Cruz y Colón, uno de los líderes del torneo. Un par de horas después del horario previsto para ese encuentro, integrantes de la barra brava del equipo santafesino –una de las más fulgurantes protagonistas de la obscena violencia de estos tiempos– se hicieron ver en el Malvinas Argentinas. Ellos sí pudieron viajar en micro y a larga distancia.
Desde hace rato nuestro fútbol está patas para arriba. Y lo que se necesitaría a modo de soplo de aire fresco termina pareciéndose, apenas, a una ampolla de eritropoyetina en las venas de un anémico. Tal vez por eso, el patetismo vernáculo le copó pronto la parada a la maravillosa visita de Pep Guardiola y Manel Estiarte a Buenos Aires. El Gran Rex desbordó de gente. Desde los entrañables del súper pullman que agotaron los billetes en pocas horas hasta invitados notables. De ellos, Carlos Bilardo –en realidad, aseguró haber pagado por su butaca– habrá quedado como Branco en Italia 90 luego de que Guardiola tardara diez palabras antes de dedicar la charla al Flaco Menotti y a Marcelo Bielsa.
En una zona intermedia, la maravillosa realidad de ver una gran cantidad de hombres de nuestro fútbol. Encabezados por Sabella, Milito, Brindisi, Sava, De Felippe, Heinze, Gago –otro que pagó por el espectáculo, según aseguraron los amigos de Tus Idolos, artífices de la visita junto con Consultora Med–, hasta La Volpe, Loeschbor, Cejas y decenas más atestiguaron la clase maestra. Y buena parte del plantel de Racing: ellos no supieron que fueron usados por Guardiola como recurso de concentración: “Voy a dar la charla como si estuviese en el vestuario dándosela a ellos”, comentó Pep apenas se enteró del asunto.
No faltará la ocasión para dedicarle este espacio a Estiarte, el Maradona del waterpolo, el genio de la disertación, el hombre de mayor confianza de Guardiola y una de las dos personas no nacidas en el fútbol sobre las que habló el entrenador. La otra fue Julio Velasco, maestro argentino del vóley, poco menos que ignorado en nuestro país, a quien el Inter incorporó para manejar su fútbol y al cual Guardiola, aún jugador, llamó estando en Brescia para comenzar a ajustar sus ideas sobre el manejo psicológico de un grupo de deportistas. El mundo del deporte abunda en ejemplos de maestros de una disciplina que despliegan su sabiduría en otras. La Argentina, que ha parido no pocos de esos maestros, no es uno de esos casos. Es más, dos de esos sabios estaban en el teatro: Marcelo Loffreda y Sergio Vigil; hágase la salvedad de que, de alguna manera, River Plate se convierte en la excepción, ya que tiene a Cachito como director deportivo… aunque sin injerencia en el fútbol profesional, claro.
De todos modos, la sensación de que en esta Argentina el fútbol aún es posible duró apenas un ratito más que la mismísima desconcentración del teatro. La realidad obscena, ordinaria, baja, indigna y omnipotente salió de la madriguera sin siquiera darnos tiempo a despedir a los visitantes. Las redes sociales dieron de comer a los medios que difundieron fotos de un barra de los más patéticos exhibiendo “su” museo de camisetas y “su” medalla de campeón de la Copa Sudamericana 2010.
La primera de las imágenes deja en claro no sólo el temor, la complicidad y/o el “rehenazgo” de infinidad de futbolistas que cedieron sus casacas o las cambiadas con colegas ilustres, sino las bondades del nivel de vida de uno de los cientos de estos millonarios sin oficio conocido más que el de vivir robándoles lo que haga falta a esos colores que dicen defender. Sólo la sala donde está ese museo de la ignominia amerita imaginar un estándar de ricachón.
La otra, la de la medalla, pone en primer plano a un cobarde que entregó a un violento lo más preciado por lo que debería competir un deportista: el trofeo del campeón. ¿Habrá sido un jugador? ¿Habrá sido un técnico? Sería fácil averiguarlo. En el último plantel argentino que ganó una competencia internacional, hay un integrante que no tiene aquello que le colgaron del cuello.
Los pibes de Colón no viajan por el paro; los bondis de los barras no paran.
Las camisetas y los trofeos de nuestros ídolos van a manos de los únicos que le quitan al fútbol –y a los clubes, lo que es infinitamente más grave– sin darles nada.
En el medio, una noche maravillosa de la que sólo queda el registro de la memoria, como en tiempos de los escribas.
A propósito, ¿sabrá Guardiola quién es y lo que le pasó a Migliore? Evidentemente, muchos de los que sí lo conocen y sí saben lo que le pasó creen que a ellos no les va a pasar. Va siendo hora de que en las concentraciones de nuestro fútbol no sólo expliquen el fútbol de Pep, sino que lean a Brecht parafraseando el poema de Martin Niemöller.
O se animen con el ruso Maiakovski.
“La primera noche, ellos se acercan y toman una flor de nuestro jardín,
Y no decimos nada.
La segunda noche ya no se esconden, pisan las flores, matan a nuestro perro y no decimos nada.
Hasta que un día, el más frágil de ellos entra solo en nuestra casa, nos roba la luna y, conociendo nuestro miedo, nos arranca la voz de la garganta.
Y, porque no dijimos nada, ya no podemos decir nada”.