Murió Fernando de la Rúa. Muchos recuerdos se sintetizaron, con injusticia, en una imagen: la salida de Casa de Gobierno en helicóptero. Para unos pocos, De la Rúa fue el político de la Alianza de la UCR con el Frente País Solidario, cuyo dirigente era Chacho Alvarez, que fue su vice y renunció cuando explotó el escándalo de las coimas en el Senado. Los recuerdos no son un juicio de la historia. Más bien, al revés: el historiador debe desconfiar. Sin embargo, ¿cuánto del sentimiento político se alimenta con recuerdos?
Es lo que seguramente le preocupa al equipo de Juntos por el Cambio, antes Frente por el Cambio y antes Cambiemos, cuando la convención de la UCR reunida en Gualeguaychú firmó su alianza con el PRO y decidió su licuación como gran partido histórico del siglo XX. Le ofertó a Macri su organización y sus dirigentes, sin recibir mucho en trueque. Ni siquiera terapéuticas sesiones de información sobre las medidas del Gobierno, a cuya llegada había contribuido de manera decisiva. Seguramente algunos radicales lo recuerdan.
Hubo otros entendimientos: la foto de Menem y Alfonsín, caminando por los jardines de Olivos, cuando coinciden en la realización de una asamblea constituyente para legitimar la pretensión (cumplida) de un nuevo período presidencial para el riojano. Y hay recuerdos más remotos, cuando Cafiero perdió frente a Menem las elecciones internas presidenciales, las primeras que se disputaban en el justicialismo. Fueron días desolados en que amigos peronistas veían tambalear el futuro, porque conocían lo suficiente sobre el ganador. Recuerdo a Duhalde, en la crisis de 2001, buscando con Alfonsín una salida, que llevó a Duhalde a la presidencia en el peor momento que hayamos vivido y del que se salió por un arreglo que no recibió la publicidad que hoy reciben dos o tres políticos que se sientan a tomar un café e intercambiar generalidades.
Ideas e ideologías. Por alguna razón que los historiadores averiguarán, los recuerdos más próximos parecen los más insustanciales. Por ejemplo, los discursos de Macri durante su campaña presidencial, cuando aseguraba que todos los problemas argentinos se solucionarían velozmente. Los problemas no se solucionaron, ni veloz ni lentamente. Creció la pobreza, cerraron miles de pequeñas empresas, la inflación persistió, aumentó la deuda con el FMI y no hubo brotes verdes.
Tanto se desprecia las ideologías, que no se tienen en cuenta ni siquiera las ideas. Y un plan económico necesita de ideas. Una negociación con los acreedores también las necesita. El “mejor equipo” prometido por Macri en 2015 y ahora de nuevo para 2019 no puede ser un conjunto manejado solo por consignas. Pero lo más importante es que para una negociación económica, sindical, empresarial, las ideas son indispensables, salvo que Macri acepte quedar definitivamente preso de sus reflejos de gran empresario y su tendencia a tomar deuda. Los gobiernos conservadores tienen ideas porque saben bien que los llevaría al fracaso adoptar como programa una copia carbónica de sus intereses. Macri está medio pobre y medio confundido, porque creyó tener ideas y solo tuvo deseos y borradores.
El miércoles 10, Juntos por el Cambio se reunió en Parque Norte para recibir instrucciones de campaña electoral. Allí mismo, en Parque Norte, Alfonsín, en un gran acto que se reveló utópico, hizo un discurso trascendental sobre el sistema político argentino y las reformas necesarias. Sus asesores eran un constitucionalista y un reducido grupo de políticos y politólogos. Los muchachos del macrismo son sin duda más realistas: miran encuestas y aprenden un catecismo de frases. Pese a tal método, no les va bien en el Gobierno. Por eso la preocupación principal es obtener una victoria en primera vuelta. Si no la logran y Macri pierde en segunda, abandonará el Gobierno como un presidente fracasado.
De toda esta serie, lo más reciente es la fraternal integración del compañero Pichetto en el equipo del macrismo (ni Massa lo habría superado en tal destreza para los giros). Si ganan, Pichetto declaró que no bailará entre los globos y el cotillón de los festejos macristas. Esperemos que cumpla su palabra y que no sea necesario recordarle que debe ser tan leal a Macri como lo fue a Menem y a Cristina.
Como definió Magris, "vivimos la era de lo opcional". ¿O Pichetto y Alberto no podrían intercambiar sus roles?
Todo es opcional. La fórmula del kirchnerismo también ofrece su tesoro de recuerdos. Alberto Fernández criticó a Cristina Kirchner durante una década completa. Ahora, cuando encabeza la boleta presidencial y la lleva de vice, Fernández ha hecho una drástica operación de limpieza de esos dichos. En este caso, como en otros mencionados más arriba, el presente es una especie de nube de humo de otros presentes, que también tuvieron su nube.
El italiano Claudio Magris definió de manera contundente el espíritu de época en un ensayo de 1998: “Estos años quizá podrían ser definidos por una actitud que los caracteriza en las esferas más diversas de la vida y del pensamiento: la era de lo opcional. Religiones, filosofías, sistemas de valores, concepciones políticas se alinean sobre los estantes de un supermercado y cada cual –según la necesidad o el deseo del momento– toma de aquí y de allá los artículos que le parece: dos sectas cristianas, tres de budismo zen, unos hectogramos de liberalismo, una pizca de socialismo, y las mezcla en su cóctel privado. En este clima cultural es siempre difícil definirse de manera precisa, es decir limitada, eligiendo una cosa y excluyendo otras”.
Magris describe bien un espíritu de época: Pichetto dice que es un viejo político, pero no un político viejo, jugando con el diferente sentido que da el adjetivo “viejo” si va antes o después del sustantivo “político”. Es opcional inclinarse por uno u otro orden. Se ubica perfectamente a tono con ese espíritu opcional que también podríamos llamar posmoderno. Eligió a Macri en el estante y por ese mismo acto desechó a Cristina.
Sería conveniente no olvidar que Alberto Fernández podría haber hecho lo mismo: ¿quién lo hubiera rechazado en el macrismo si, con alguna anticipación, Alberto hubiera decidido elegirlo? ¿Quién hubiera desechado a Pichetto en el cristinismo si hubiera caído para ese lado después de serle tan leal, como jefe de bancada, a la entonces presidenta hasta 2015? Elecciones opcionales.
Estamos frente a alternativas que se parecen. Cristina no habla, para asegurarse la victoria con Fernández como candidato a presidente. Una táctica astuta, ya que si hablara le sería difícil no parecerse a la virulenta Cristina presidenta, y eso iría contra sus oportunidades electorales. También le resultaría difícil borrar que desperdició buenas coyunturas económicas por sectarismo e ignorancia de sus funcionarios. Cristina se cree capaz de borrar lo que fue porque Macri fue peor. Puede tener razón, pero eso no borra las incapacidades de su gestión.
Sinceramente. Cristina tiene que conservar lo que parece ser suyo: los pobres y muy pobres, junto con los sectores de clase media que le atribuyen virtudes ideológicas y descreen de las acusaciones de corrupción. Por eso, más le conviene ir a visitar a su hija a Cuba que seguir dando vueltas con su libro que, además, ya presentó por todas partes. Hizo su campaña como Sarmiento, pero con un escrito elemental y aburridísimo. De todos modos, hoy por hoy, nadie le toma examen de estilo a lo que escribe un político. Ha pasado un siglo y medio desde que Alsina criticó el Facundo. No tiene sentido ocuparse en serio de Sinceramente. Es un libro aburrido, porque recuerda los discursos de su autora. Nos trae su oralidad, captada en grabador y transcripta, pero carece de sus cualidades actorales.
De todas formas, es preferible abrir la opción (ya que estamos en un mundo opcional) de que sea Alberto quien hable, porque sus críticas a Cristina en los años pasados no fueron muy escuchadas por los futuros votantes, sino por los políticos y su círculo. Por eso, no tiene nada que enmendar: dice que se equivocó aquí y allá, y eso basta. Antes se decía “nadie resiste un archivo”. Ahora puede decirse “nada resiste a una explicación”. Explica y, al explicar, opera para que el pasado sea pasado: días sin huella, como después de una borrachera.
De la presencia de Aldo Rico en los festejos del 9 de Julio y el comentario sincero del ministro Aguad, lo único que puede decirse es intolerable amnesia. Aguad debería tomar algunas clases sobre los principios básicos de nuestro sistema político. Convertir la rebelión de Rico en algo “chiquito, que no puso en jaque la democracia” es una forma idiota de evitar el pasado y ser felices.