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“Maldita (sensación de) inseguridad”

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Una medición reciente de Gallup (agosto de 2014) señala que los residentes de América Latina y el Caribe (ALC) en el año 2013 fueron los menos propensos a sentirse seguros, entre todas las regiones del mundo. De igual modo, la medición plantea que la situación relativamente precaria de seguridad personal en ALC no ha mejorado significativamente en los últimos cinco años.
El hecho de que ALC lidere el ranking de regiones que se sienten inseguras a nivel mundial obliga a una serie de reflexiones.

En primer lugar, amén de que hay notables asimetrías en la región, existe suficiente evidencia dura para sugerir que ALC está realmente “enferma” de inseguridad y violencia, y no padece una mera “somatización social”.

De acuerdo al último Estudio Mundial sobre el Homicidio de las Naciones Unidas, en 2012 casi medio millón de personas perdieron la vida a causa de homicidios dolosos en todo el mundo, de los cuales más de una tercera parte (36%) tuvieron lugar en el continente americano, seguidos por Africa (31%) y Asia (28%). Ante una tasa promedio global de homicidios de 6,2 por cada 100 mil habitantes, África del Sur y América Central muestran promedios cuatro veces mayores, lo que las convierte en las subregiones con las tasas de homicidio más altas, seguidas por América del Sur, Africa Central y el Caribe. Asimismo, de acuerdo con un informe reciente de Unicef (septiembre de 2014), a nivel mundial la región de ALC tiene la proporción más alta de víctimas de homicidio menores de 25 años.
En segundo lugar, la “sensación de (in)seguridad” se construye a partir de problemas estructurales latentes en los sectores de justicia y seguridad, que comprometen el debate sobre las correspondientes políticas.

Al respecto, cabe destacar que el Indice de Ley y Orden elaborado por Gallup se basa no sólo en los sentimientos de seguridad personal y la incidencia de la percepción subjetiva de robo, sino también en la confianza en la policía.

En tercer lugar, tal “sensación” no es un indicador inocuo, sino altamente costoso para la calidad de vida de cada individuo. En función de la “sensación” que tengamos, condicionamos nuestras acciones, definimos nuestra relación con el espacio público y hasta afectamos las economías.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reconoce que el mayor impacto que el delito tiene en el bienestar de las personas es precisamente la sensación de vulnerabilidad que éste infunde. En el denominado “Indice para una vida mejor”, en materia de seguridad, entre los 36 países medidos por el organismo, los referentes de ALC incluidos —Brasil, México y Chile— se ubican en las últimas posiciones.

En cuarto lugar, la sensación de (in)seguridad también condiciona el clima de negocios e inversiones.
Cuando el World Economic Forum (WEF) consulta anualmente a líderes y tomadores de decisión acerca de los riesgos en el escenario global, los indicadores en la categoría geopolítica incluyen desde el terrorismo y las guerras entre Estados hasta la corrupción y el crimen organizado. En esta línea, para América Latina se plantea que las fuerzas de seguridad enfrentan un verdadero desafío de gestión en tanto organizaciones (WEF, 2013). Por otra parte, encuestas realizadas por el Banco Mundial sugieren que el porcentaje de empresas que enfrentan pérdidas debido al robo o el vandalismo es mayor en ALC (28,9%) que en cualquier otra parte del mundo.

En consecuencia, que la población en ALC se considere en sí misma la más insegura del mundo no es un dato menor; y hay que tomar conciencia de que a esta “maldita (sensación de) inseguridad” se la debe afrontar con liderazgo, políticas integrales y programas de acción concretos, lejos de la improvisación y a tono con modelos de gestión modernos.

*Politólogo. Especialista en asuntos de seguridad.