“No termina de convencerme la justificación de las transgresiones de hoy en nombre de las enmiendas de mañana.”
Juan Carlos Torre, Club de Cultura Socialista.
En la mañana del miércoles 25, los dos diarios principales del país publicaron la misma foto. Enigmática coincidencia, ambos la desplegaron en su página 10: 10 cm por tres columnas en Clarín y 7 cm por dos columnas en La Nación. Pero, una vez más, el tamaño no importó: lo relevante era el crédito que la foto recibió de ambos diarios: Presidencia de la Nación.
La foto mostraba a Cristina Kirchner de blusa estampada en negro y blanco, cruzada de brazos, mostrando tres piezas muy importantes de joyería (anillo, pendientes y reloj) y escuchando con atención a señor robusto y cejijunto, el supermillonario de las comunicaciones Carlos Slim.
De gira electoral por Ciudad de México, que presumidos expertos llaman “viaje de instalación internacional”, la senadora por la provincia de Buenos Aires recaló en esa capital para 96 horas de actividad.
El crédito de la foto revela la muerte de la división de poderes en la Argentina. Mientras, en Nueva York, el cónsul Héctor Timerman le organizaba un encuentro con financistas de su entorno a la senadora porteña Vilma Ibarra, en México DF otra senadora, la platense Cristina Kirchner, usufructuaba tratamiento presidencial.
No hay en la Argentina estatus institucional singular para cónyuges de presidentes. La “primera dama” asume, así, representatividad de orden estrictamente simbólico, tratamiento de cortesía con que se configura el papel de estas personas. Así se las trató a Elena Faggionato de Frondizi, a Emma Martorell de Illia, a Georgina Acevedo de Cámpora, a María Lorenza Barreneche de Alfonsín, a Zulema Yoma de Menem, a Inés Pertiné de De la Rúa y a Hilda González de Duhalde, aunque ésta era diputada nacional cuando su marido asumió la presidencia.
Ninguna usurpó facilidades, prebendas y privilegios de la función presidencial. Muchas de ellas eran mujeres sencillas y de vida frugal que ni soñaron con opacar a sus maridos. Otras tenían visibilidad propia pero tampoco codiciaban el fálico bastón presidencial.
El gobierno de Kirchner cambió las cosas. La senadora viaja acompañada del “vocero presidencial” Miguel Núñez, facilitador de cuestiones cotidianas que jamás fue portavoz, ni del Presidente ni de la Primera Dama. Todo es como no debería ser y no como sí debería serlo, raros criterios que sorprenden en países normales.
La senadora Kirchner podría viajar y estrechar vínculos con gente poderosa del planeta o disfrutar la ampliación de sus horizontes como lo que es, uno de los tres senadores nacionales que representan a una provincia argentina.
Pero, en cambio, el Gobierno argentino propone un sincretismo: senadora+esposa de Presidente=presidenta. Luce a apropiación indebida de funciones y en realidad lo es.
Si cualquier legislador nacional quisiera recibir el mismo tratamiento, fracasaría miserablemente. Nadie supone que la Presidencia de la Nación y la agencia Télam enviarían reporteros a dar cuenta de un viaje del jujeño Gerardo Morales a Colombia, o del mendocino Ernesto Sanz a Turquía o incluso del oficialista chaqueño Jorge Capitanich a Brasil.
El Ejecutivo no sólo no oculta sino que exhibe con fruición pedagógica al poder como bien terrenal apropiado con criterio matrimonial. Las disposiciones regulares para preservar la división de los poderes son usadas como papel higiénico. Al proceder así no comete un sencillo error: envía un mensaje. Dice: con poder político en las manos hacemos lo que queremos, como queremos y cuando queremos.
Este simulacro de omnipotencia tiene traducciones más articuladas, con pretensiones de coherencia intelectual. En su paso por México, la senadora Kirch-
ner aludió a “las dictaduras feroces” que asolaron América latina. Mencionó, claro, las de los años 70, pero no las de los años 50 (como las de Trujillo, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez y Somoza, todos ellos amigos de Perón) y mencionó lo que denominó “rupturas de legitimidades políticas (…), el apartamiento de las formaciones políticas, que muchas veces traicionan el mandato histórico para el cual surgieron (…) fueron convocadas y, fundamentalmente (…) apoyadas por las distintas sociedades en los distintos momentos históricos”.
Nada demasiado excepcional, apenas una reiteración de viejas definiciones de barricada, pero el aporte historiográfico innovador de la senadora Kirchner se produjo cuando, inopinadamente, confundió ¿adrede? 1966 con 1976 y mencionó al golpe de marzo de 1976, “que fue finalmente el corolario de algunas rupturas previas y que ya se habían insinuado como fuertemente perseguidoras del pensamiento, del saber, de la investigación. Me refiero a la Noche de los Lápices, en 1976, lo que provoca, tal vez, el primer (sic) exilio de pensadores argentinos y educadores, que se van a refugiar en distintas partes del mundo ante los que consideraban peligrosos los libros, el saber y el pensar”.
Curioso lapsus: el primer exilio de pensadores argentinos y educadores se produjo tras el golpe militar-sindical de junio de 1966 contra el gobierno radical de Arturo Illia, cuya traducción universitaria fue “la Noche de los Bastones Largos”, embestida castrense contra casas de estudios y consiguiente diáspora de académicos argentinos a todo el mundo.
El segundo también tuvo que ver con el peronismo: desde 1974, el gobierno de Isabel Perón y el accionar criminal de su Triple A obligaron a irse del país a numerosos intelectuales de alto compromiso político, que no huían de un gobierno militar sino de uno justicialista. Fue el caso de Esteban Righi, Juan Carlos Portantiero, Rodolfo Puiggrós, José Aricó, Héctor Sandler, Noé Jitrik y Adriana Puiggrós, entre otros, que se exiliaron en México
No son minucias. El gobierno de Kirchner puede exhibir con satisfacción, como dice Juan Carlos Torre, “la renegociación de la deuda externa y la redistribución de la renta extraordinaria del campo por medio de las retenciones”, objetivos razonables que contrastan con la forma como los encara, “una política que avanza a fuerza de mandobles e intemperancia”, que mortifica los términos de la convivencia y de las instituciones.
Si una estrategia de reformismo de alto voltaje no puede soportar ser evaluada desde el entorno de lo que Torre define como “el medio ambiente de la democracia, con sus reglas y su pluralismo”, estamos en serios problemas y en vísperas de la oscuridad. Eso sucede hoy en la Argentina, en una estación destemplada y furibunda que exhibe las limitaciones poderosas y visibles del llamado “fenómeno político Kirchner”.