COLUMNISTAS
ARGENTINA Y LA CONQUISTA DE LO IMPOSIBLE

Maradona, la ira de Dios

¿Que tendrá que ver esta pelí de alemanes locos con el papelón de la Selección, tema que había elegido para esta columna? Nada. O bastante, porque la mirada de Maradona toreando a la prensa después del desastre me recordó a ese último Aguirre, tan sumergido en su propio sueño imposible, mientras todo se derrumba.

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“Si yo, Aguirre, quiero que los pájaros caigan muertos de los árboles... los pájaros caerán muertos de los árboles. La tierra que piso me ve y se estremece. ¡Yo soy la ira de Dios!”

Monólogo final de Klaus Kinski en Aguirre, la ira de Dios (1972), dirigida por Werner Herzog.

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La película se filmó en plena selva peruana y los indígenas que trabajaban como extras estaban seguros que ese desquiciado de pelo rubio que los insultaba en un idioma incomprensible sería finalmente asesinado, por ellos o por el paciente hombre que dirigía todo. No sucedió de milagro. Vaya a saber cómo el actor Klaus Kinski salvó el pellejo y Werner Herzog terminó sin más problemas su Aguirre, la ira de Dios, la trágica travesía del conquistador Lope de Aguirre rumbo a El Dorado, mítica ciudad donde el oro “caía de los árboles”. En la última escena un Kinski sólo y quebrado clava sus profundos ojos azules en la cámara, se abraza al mástil de una balsa repleta de muertos y recita su alucinado monólogo final. “¡¿Quién más está conmigo?!”, grita desafiante sobre la improvisada embarcación que flota sin rumbo, a merced del río embravecido.

Maldito inconsciente. ¿Que tendrá que ver esta pelí de alemanes locos con el papelón de la Selección, tema que había elegido para esta columna? Nada. O bastante, porque la mirada de Maradona toreando a la prensa después del desastre me recordó a ese último Aguirre, tan sumergido en su propio sueño imposible, mientras todo se derrumba.

Alguna vez Sergio Palma me corrigió amablemente cuando lo llamé ex boxeador: “yo no soy ningún ex, soy un boxeador... que está demasiado viejo para pelear”. Eso es Maradona: un futbolista atrapado en un cuerpo maltratado y envejecido. Nunca ha sido otra cosa. La idea de rescatarlo del Showbol –aquel patético Titanes en el ring futbolero– para entregarle la Selección fue un error para nada menor. Porque Maradona reina, no dirige. Se deja seguir. Pontifica. Multiplica súbditos, no discípulos. Y no lo digo ahora que es fácil. Lo escribo en esta página desde que reemplazó a Basile. A ver, revisemos este viejo párrafo en pleno affaire Ruggeri:

“A Maradona se lo ve sólo como siempre, rodeado de tanta sombra amigable. Con el único y gris antecedente de su insólita dupla con Fren en Racing y Mandiyú, hoy lo secundan Mancuso y Lemme, dos entusiastas monaguillos en misa y no mucho más. Bilardo, siempre a mitad de camino entre la política, los medios, la AFA y su viejo oficio de entrenador está... pero no está. ¿Imaginan a alguien como Ruggeri aportando lo suyo en estas circunstancias? Mejor no. ¿Podrá alguien ayudarlo a crecer; a planificar, a poner y ponerse límites? Ojalá”.

O esto sobre Messi, cuando ganó la Champions: “No le será fácil ser profeta en su tierra y mucho más con un mito vivo dirigiéndolo desde el banco. Lo espera el impiadoso juicio de sus compatriotas que ya cuentan como propios sus logros internacionales, pero siguen mirándolo de reojo por lejano, inaccesible o misterioso. Le exigirán todo y más. Que sea el tipito de la Play que gambetea a todos y que nos reinstale en la cima del mundo, nuestro hogar, como antes lo hizo Diego, el Gardel sin Medellín, la última bandera. Una comparación más estúpida que cruel, pero inevitable. Estallará, así que lo diré ahora: Messi no es Maradona. Ni adentro de la cancha, gane lo que gane; ni mucho menos afuera. Por suerte y por desgracia no lo es”.

Dicho está. Messi es un gran jugador, todavía frágil y virginal, al que le resulta difícil funcionar lejos de su casa, ese laboratorio catalán que lo hizo grande. Y Maradona, por virtud y defecto, está a años luz de ser un DT. No porque no sepa. Eso es ridículo. ¿Cómo no va a saber de fútbol quién lo jugó como nadie? Su imposibilidad, más que práctica –la fría estadística dice que como técnico dirigió 29 partidos y solo ganó 5–, es ontológica. Maradona es pura intencionalidad. Carece de método; no concibe al mundo más allá de su propia experiencia. Su universo se reduce a una cancha eternamente dividida en dos y su lógica responde a esa rotunda lógica binaria: blanco/negro, nosotros/ellos, compañero/traidor, amigo/enemigo. Para funcionar necesita del conflicto. Si no existe, lo inventa.

Ahora bien ¿acaso toda la culpa es de Maradona o Messi? ¿Y los demás? ¿No jugaron horrible todos? Respuesta: sí. Pero sin equipo nadie se salva, ni Verón, que es un capo. Hace falta conducción. Estrategas como Mao, De Gaulle, Perón o Fidel; no héroes románticos como Guevara, aunque caigan más simpáticos. Menos videitos y más Von Clausewitz, muchachos.

Paganinis torturados ya tenemos: uno adentro, el otro afuera. Y buenos músicos también, ojo. No serán los Beatles, pero tampoco los Auténticos Decadentes. Hay que hacerlos funcionar, eso es todo. Lo que nuestro irrenunciable Aguirre en su alocada carrera hacia El Dorado necesita a su lado es un director. Un Von Karayan futbolero que entienda algo de partituras, armonía, tempos y cadencias, mientras él... los ilumina.

¿Clasificaremos? Sí, sufriendo trágica, heroica e innecesariamente, tal cual lo indica el dogma maradoniano. Argentinidad pura y dura en plena acción, compatriotas. Una película que ya vimos... y volveremos a ver.